En
los primeros años de la década de los sesenta, en el siglo pasado,
el Puerto de la Cruz experimentó una auténtica transformación.
Fueron los del bum de la construcción. El turismo avanzaba de forma
incontenible: la obtención de suelo era una constante. Las
plataneras cedieron, igual que las casas de mayor antigüedad, para
que el modernismo fuera imponiendo sus nuevas tendencias. Surgieron
nuevas modalidades constructivas y la vocación turística de la
ciudad daba un paso definitivo para asumir un modelo de ciudad que
habría de resultar definitivo. Hoteles y edificaciones avanzadas de
distintos estilos arquitectónicos (incluido un rascacielos, en la
Punta de la carretera) configuraron una personalidad urbanística
diferente, abierta, sobre todo, al turismo. El Puerto se convirtió
en un destino avanzado, ocupó un liderazgo en el concierto de los
municipios y se preparaba para una larga carrera de fondo. Unos
hablaron de desarrollo y otros de progreso. Unos lamentarían la
pérdida de valores y hasta de recursos naturales, mientras otros
(acaso la mayoría) se desenvolvían cómodamente entre avances
modernistas y nuevos usos sociales. Lo que estaba claro es que el
turismo venía para sustanciar una actividad económica que sería
determinante hasta finales del siglo.
Pero
detengámonos unos instante en la fase de la construcción. Hay un
episodio, cuando menos, curioso: el saqueo de la playa Martiánez.
¿Saqueo? Sí, se llevaban la arena, sobre todo aprovechándose de
las sombras de la noche y de la escasa vigilancia callejera. Se
supone que se llevaban la arena, en camiones, para utilizarla como un
elemento más en las obras que proliferaban, primero en Martiánez y
luego en el resto de la localidad. Estamos en septiembre de 1962.
El
cronista oficial del municipio, Nicolás Pestana Sánchez, en el Libro
de Efemérides, dedica unas líneas al hecho con una terminología,
cuando menos, curiosa. Decía que Martiánez era la “única playa
que ofrece posibilidades para garantizar los baños, a los turistas,
vecinos y visitantes de la ciudad”. Luego, una explicación
descriptiva:
“Actualmente
se construye un muro con la finalidad de impedir, o cortar, las
corrientes de mar que arrastran la arena; y ésta se acumula,
especialmente en el llamado “Charco de la soga”, lugar más
seguro y cómodo para el baño.. Pero esta finalidad de nada sirve si
no se toman medidas tajantes para evitar que los constructores de
obras saquen arena de la playa que se va acumulando para mejora de la
misma”.
No
es tan velada la imputación del cronista, desde luego, cuando señala
a los “constructores de obras”, advertidos por él mismo de que
“no es conveniente autorizar la extracción del llamado 'cayado',
o piedra pequeña, “porque solo sirve para cubrir superficialmente
en los camiones de su transporte la arena extraída
clandestinamente”. El relato de Pestana abunda en las horas
nocturnas para cometer la fechoría por parte de “personas
desaprensivas e ignorantes del daño que causan. Y es que conservar
la arena, costaba, según el cronista, muchos sacrificios y había
que dejar “la playa más apta para el baño”.
¿Soluciones?
No había mucho donde escoger y la corporación municipal, impuesta,
aparentemente, de la gravedad de la situación, dispuso recabar la
intervención de la Guardia Civil y demás fuerzas de vigilancia,
“para acabar de una vez con las extracciones de la preciada arena,
imponiendo graves sanciones a los contraventores”. Nada se dice de
la presumible efectividad de las medidas pero el bum de la
construcción no se frenó, desde luego. Una buena parte, con arena
de Martiánez, seguro.
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