Tenerife
vivió, en horas de la tarde de ayer, como consecuencia de un cero
energético, una de esas situaciones plagada de confusión
informativa. No había luz eléctrica, los que disponían de
ordenador portátil pudieron acceder a las primeras informaciones que
circulaban, tardaban los responsables de las compañías productoras
en ofrecer noticias para desespero de agencias y medios, echaban humo
los dispositivos móviles, la mensajería, no tardaron en aflorar las
contradicciones algunas de las cuales estaban basadas en las
deducciones subjetivas, servicios públicos de transporte
paralizados, ascensores bloqueados, actos públicos interrumpidos,
hubo que recurrir a la radio (por enésima vez) pero, entre domingo y
fútbol (más la interrupción del propio suministro, claro), la cosa
estaba... eso, confusa, de color hormiga, desaparecieron del dial.
Era, como se ha sabido, una avería de envergadura. Lo ocurrido pone
a prueba las carencias, la falta de preparación por parte de la
población para afrontar este tipo de coyunturas: planes de
emergencia, organización de protección civil, sistemas auxiliares
de comunicación, comportamientos colectivos plagados de impericia...
Aunque
no es de esto sobre lo que queremos escribir cuando empiezan a llegar
las primeras informaciones de la reposición, por zonas o sectores,
del fluido eléctrico -aunque no es un asunto para desentenderse,
todo lo contrario-, sino de cómo se acentúa el problema con el que
convivimos en nuestros días. Es decir: de por sí, a la sociedad, en
su conjunto, se la reprocha su desinformación, su desinterés por
acceder a medios o fuentes fiables, su excesiva propensión a conocer
o seguir bodrios y subproductos plagados de morbo, insultos,
falacias, disparates opinativos y hasta miserias humanas. Lo peor es
que cuando alguien te dice que escucha o ve tal programa porque se
expresan muchas verdades, espetamos con relativa frecuencia: “Diga
usted una”. Y no hay respuesta, claro.
Lo
ha dicho recientemente el presidente de la Federación de
Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), Nemesio Rodríguez:
“Una sociedad desinformada es una sociedad sumisa. La
desinformación trabaja para debilitar la democracia al engañar al
ciudadano para que tome decisiones erróneas que solo favorecen al
manipulador y al mentiroso”.
La
reflexión es ilustrativa para entender la necesidad de acabar con
fenómenos enquistados en el tráfico informativo de la sociedad en
la que convivimos, como los bulos, las paparruchas o las noticias
falsas. La abundancia no solo cuestiona valores periodísticos y
oculta la verdad, está claro, “sino que ataca directamente al
corazón de nuestro sistema democrático”, precisó Rodríguez.
Aunque
el presidente de la FAPE ha encontrado un lado positivo al conflicto,
por paradójico que resulte: en su opinión, la desinformación ha
contribuido -por desgracia, no en todos lados- a que periodistas y
medios afronten la senda de los verificación, esto es, comprobar los
hechos, consultar fuentes distintas e intensificar la búsqueda de la
certeza, asegurarse. Rodríguez ha precisado que la desinformación
brinda a los medios de información la oportunidad de presentarse
como alternativa creíble a las falsedades que circulan, sobre todo,
en las redes. Claro que para ello es indispensable “ejercer un
periodismo que difunda información veraz, verificada, contrastada
con fuentes fiables y sujeta a las normas deontológicas de nuestra
profesión”, señaló Nemesio Rodríguez.
Hay
que aplicarse, desde luego. El quiste está muy extendido.
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