El libro La Villa Arriba, de Nicolás González Lemus, editado por el Colectivo Cultural La Escalera, fue presentado en la noche del jueves en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), Nos correspondió hacer la introducción. Leímos el siguiente texto:
“Uno
de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer a un tipo
que un día fue feliz”.
Fíjense
con qué poco, con qué escasos elementos, el cantautor catalán Joan
Manuel Serrat construye las esencias de su cotidianeidad. La calle,
la amistad, la transmisión oral de la información... Y hasta la
felicidad.
Seguro
que Nicolás González Lemus conoce ese original poema de Serrat,
alusivo a una época de su vida y al espacio vital donde se
desenvolvió escuchando historias singulares y domésticas que terminó
poetizando. Porque Nicolás también creció y convivió en un barrio
que ahora robustece con el libro que esta tarde presentamos: La
Villa Arriba en el desarrollo de La Orotava, editado
por el colectivo cultural La Escalera.
“Porque
la poesía es el barrio, o sea, el mundo”, tal como interpretara
Antonio Hernández, Premio Nacional de Poesía 2014 y ganador de
otros galardones literarios, y allí, en el barrio más antiguo de la
Villa, también llamado El Farrobo, Nicolás entendió que la vida es
lucha, superación, forja de ideales y aportación constructiva a la
colectividad.
Aquel
era el núcleo, acaso la razón de ser de cuanto irradiaba, el centro
de la geografía, con aroma a pasteles caseros, juegos callejeros,
austeridad en las formas y costumbrismo con predominio de la
religiosidad, hasta que fueron rompiendo moldes y paulatinamente se
fueron registrando avances que transformaron aquel núcleo,
principalmente a raíz de la constitución de la asociación de
vecinos "24 de junio de San Juan Bautista", un hito histórico, según
escribe el autor que rinde tributo al barrio, a su barrio y a su
gente, al vecindario, y dentro de este, a las mujeres que encontraron
en la asociación y en sus actividades un canal de socialización,
“aunque seguían las mayores teniendo todavía reparos para entrar
solas a las bodegas”.
Costumbres
rígidas, casi leyes no escritas, que tenían un largo recorrido
hasta que otros usos sociales ponían un punto final para dejarlas en
esa fase de la historia que alguien se encargará de memorizar.
“Creo
que no hay mejor forma de contar algo que haberlo vivido”, dice el
autor de forma que invita a los lectores a cruzar la calle Pescote y
a añorar otras localizaciones, episodios, tradiciones y personajes.
Es natural que Nicolás diga que ésta es una crónica muy personal,
en la que exalta el carácter familiar de la vida callejera y en la
que resalta la “fraternidad vecinal”, independientemente del
sustrato ideológico, cultural, religioso o social de los residentes.
“Los vecinos -escribe- estaban llenos de alegría y vivían muy
estrechos entre ellos. Existía una cultura de solidaridad, de
auténtica vecindad. Los vecinos se ayudaban unos a otros. Las mamás
proporcionaban víveres o especias a la convecina de enfrente, o a
la casa colindante, para salvarla de apuros. Era una seña de
identidad del núcleo poblacional”.
¿Era
o no era poesía? ¡Cómo no iba a ser feliz Nicolás en ese hábitat!
Una bodega, una panadería, una zapatería, las ventas de ambiente
tan sugerente, la carpintería, los chorros de agua para el
suministro público, el camión transformado en la guagua del barrio
y hasta “el canal de mampostería que conducía el agua al molino”.
Por todos esos sitios pululaban personajes populares, comúnmente
identificados por sus motes o apodos. Por allí, por el campo de La
Garrota, por el barranco, por La Torrita, anduvo González Lemus,
testigo -más o menos activo- de la “guerra” entre la Villa
Arriba y la Villa Abajo, a la sazón consumidor frecuente de un
insólito bocadillo, el que preparaba su madre cuando abría el pan
por la mitad “y se lo llevaba al cabrero para que ordeñara al
ignorante animal directamente sobre él”. Un bocadillo delicioso
-precisa- y una tradición que se mantuvo hasta principios de los
años setenta del siglo XX.
No
es para dar la razón a quienes afirman que cualquier tiempo pasado
fue mejor, pero con qué poco se conformaban los niños, los escolares y
adolescentes de aquella época. Hoy en día ni todos los avances
tecnológicos ni la fácil accesibilidad a los bienes de consumo
satisfacen como entonces.
Nicolás,
con este libro, salda la deuda con el barrio. Es una manera de decir.
Es probable que más de un amigo o vecino compañero le pidieran, en
cualquier ocasión, que lo escribiera. Cuando la manivela de la
memoria echó a andar, todo fue cuestión de rescatar, de contrastar,
de verificar y de comprobar que allí había algo más que
fundamentos para una aportación bibliográfica, con la que se mitiga
un vacío.
Los
historiadores tienen que disfrutar cuando se adentran en el terreno
del pretérito y del entorno más cercano, es decir, allí donde
jugaron, aprendieron, convivieron, sufrieron y crecieron, cubriendo
las etapas de la vida para quedarse allí o para encontrar otros
destinos en donde hay licencia para la remembranza o para volver de
vez en cuando y prolongar la añoranza.
Estas
páginas de González Lemus reflejan la personalidad de la Villa
Arriba, a la que no es ajeno pues vivió una etapa tan activa y
dinámica como la que siguió a la constitución de la asociación de vecinos "24 de junio de San Juan Bautista". Ahí participa de un
permanente comportamiento histórico y reivindicativo, de un proceso
social y cultural que, en El Farrobo, registra la aparición del
recordado Club Tauro y del periódico El Aguijón. Así se enriquecía
el destacable pasado histórico de este núcleo poblacional.
“Efectivamente,
entre los años sesenta y setenta en muchos jóvenes del barrio se
despertó el interés por abrazar una forma diferente de vida, tanto
en lo cultural como en lo social”, escribe el autor de La
Villa Arriba. Lo
hace con cierta ternura, describiendo la percepción y las
aspiraciones, tan llenas de vitalidad. Fíjense con qué naturalidad:
“En
los sesenta nos dimos cuenta que el mundo, por primera vez y
precisamente en esos años, los jóvenes asumimos una identidad que
no habían conocido nunca hasta ese momento. La nueva generación
estudia (nuestros padres quieren garantizarnos una posición social
mejor, por lo que hacen un esfuerzo para que estudiáramos), se hacen
reuniones, se lee, se discute, se crean compromisos sociales y
políticos -prohibido por el régimen de Franco- , se escuchan las
novedades musicales que llegan, sobre todo del mundo anglosajón, se
empieza a disponer de algo de dinero, se compran discos. Los Beatles
y los Rolling Stones invaden nuestros gustos musicales. El momento lo
podría definir como una nueva alegría de vivir, deseábamos vivir de
un modo positivo y diferente en un mundo sin guerras ni
desigualdades. La nueva generación que compartía la ideología
pacifista. Nuestra generación quería participar de un modo activo,
construirse a sí misma, determinar su propio futuro y elegir sus
propios modelos, sin cambiar los de los adultos, los de nuestros
padres, pero rechazando la concepción de la vida”.
“Those
were the days” (“Qué tiempo tan feliz”), como nos cantara Mary
Hopkin en una balada tan cargada de emotiva añoranza.
Nicolás
González Lemus escribe un libro ameno, generacional, el libro
pendiente para conocer las entrañas de algunos acontecimientos que
ya tienen un soporte documental que los habitantes de la zona y los
estudiantes manejarán con el mismo afán que caracterizó a quienes,
de siempre, hicieron de la Villa Arriba, un motivación constante o
permanente. Está escrito con el rigor exigible al historiador, quien
ya sabe lo que es manejar fuentes de primera mano, las vivencias
propias, la memoria, algunos escritos conservados durante décadas...,
hasta acabar con la descripción de la nueva Villa Arriba, la que ya
ha experimentado algunas determinaciones de planificación
urbanística, hasta convertirse en una zona residencial más de La
Orotava, en un barrio más de los muchos del municipio, donde la
individualización -y no es un mal exclusivo- invade la convivencia,
precisamente cuando la Humanidad está en soledad, inmersa el huracán
de las comunicaciones.
Pero
ese barrio tiene su historia, su poesía, su felicidad individual y
colectiva, sus rasgos, sus amigos, sus personajes y González Lemus
lo ha plasmado en su obra con atractivos suficientes como para que
elijamos un poema del escritor uruguayo Mario Benedetti en el que
habla de volver al barrio -Nicolás lo ha hecho- y que es válido
para rubricar esta aportación. Dice así:
“Volver
al barrio siempre es una huida
casi
como enfrentarse a dos espejos
uno
que te ve de cerca/ otro de lejos
en
la torpe memoria repetida
la
infancia/ la que fue/ sigue perdida
no
eran así los patios/ son reflejos;
esos
niños que juegan ya son viejos
y
van con más cautela por la vida.
El
barrio tiene encanto y lluvia mansa
rieles
para un tranvía que descansa
y
no irrumpe en la noche ni madruga;
si
uno busca trocitos de pasado
tal
vez se halle a sí mismo ensimismado/
volver
al barrio siempre es una fuga”.
Por
eso fueron felices Nicolás y los jóvenes de la Villa Arriba.
Además, ya tienen su libro.
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