viernes, 20 de septiembre de 2019

MOTIVAR A LOS ELECTORES


Un fracaso de todos. Punto. Luego parecería bastante consecuente que los partidos políticos no perdieran mucho tiempo en argumentar quién tuvo más culpas para desembocar en una nueva cita con las urnas el próximo mes de noviembre, cita que nadie quería. La rigidez pudo más. El doble flujo de acusaciones y lamentos solo acentuaría el malestar creciente del electorado, una buena parte del cual se apresura a expresar una suerte de hartazgo que ojalá mitigue de aquí a la jornada electoral. Si la desafección hacia la política era evidente, ahora esta incapacidad de los partidos para entenderse y materializar una solución que propiciara la gobernabilidad del país, lo que ha hecho es aumentarla. No es país para gobierno, si se nos permite parafrasear el título de la película. Es país para asistir a contradicciones diarias y a frecuentes incongruencias en ámbitos políticos, como si no hubiera problemas ni apremios.
Así es normal que se eleve el desasosiego y que la desmotivación anide en amplios sectores de la ciudadanía. Luego, en vez de tirarse los trastos del bloqueo a los escaños y a los foros mediáticos, bueno sería que en los estados mayores de los partidos parieran discursos y estrategias con tal de recuperar a los desencantados y estimular, siquiera mínimamente, la ilusión. No es ponerse en plan drástico ni dramático pero la democracia -qué paradoja, después de los resultados y de los índices de participación de las últimas elecciones- vuelve a presentarse frágil. No peligrará pero la sucesión de coyunturas como la que nos ocupa la debilita hasta el tuétano.
Los partidos, todos los actores políticos deben ser conscientes de que la sociedad, cada vez más perdida en el huracán de las comunicaciones, precisa de estabilidad y de formulaciones viables. A esa sociedad, muy condicionada por caprichos inmovilistas y por carencia, entre otras cosas, de soluciones palpables que beneficien los intereses generales, le basta muy poco para erizarse y virar las espaldas a cualquier enrocamiento o determinación que refleje la incapacidad para dialogar, acercar posturas y propiciar una salida. Se enfada enseguida -si tiene ocasión, lo expresa- aunque quebrante la salud del sistema democrático. Con lo fácil que es, hoy en día, lucir una negativa.
Es esto, precisamente, lo que está en juego: la salud democrática. Que los jóvenes no se sientan atraídos -es asombroso el nivel de ignorancia en las respuestas de algunas encuestas televisivas- y que la gente confiese sus resabios porque se siente cansada y molesta pues ni resuelven sus problemas ni operan con flexibilidad para alcanzar acuerdos en los grandes asuntos, a sabiendas de que la democracia y la participación social son los canales adecuados para intentarlo, es preocupante. Todos deberíamos ser conscientes de que lo que cuesta decidir en democracia pero quienes tienen obligación de hacerlo han de ser consecuentes. Primer mandato pues tras el fracaso colectivo: motivar a los electores.

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