Un
fracaso de todos. Punto. Luego parecería bastante consecuente que
los partidos políticos no perdieran mucho tiempo en argumentar quién
tuvo más culpas para desembocar en una nueva cita con las urnas el
próximo mes de noviembre, cita que nadie quería. La rigidez pudo
más. El doble flujo de acusaciones y lamentos solo acentuaría el
malestar creciente del electorado, una buena parte del cual se
apresura a expresar una suerte de hartazgo que ojalá mitigue de aquí
a la jornada electoral. Si la desafección hacia la política era
evidente, ahora esta incapacidad de los partidos para entenderse y
materializar una solución que propiciara la gobernabilidad del
país, lo que ha hecho es aumentarla. No es país para gobierno, si
se nos permite parafrasear el título de la película. Es país para
asistir a contradicciones diarias y a frecuentes incongruencias en
ámbitos políticos, como si no hubiera problemas ni apremios.
Así
es normal que se eleve el desasosiego y que la desmotivación anide
en amplios sectores de la ciudadanía. Luego, en vez de tirarse los
trastos del bloqueo a los escaños y a los foros mediáticos, bueno
sería que en los estados mayores de los partidos parieran discursos
y estrategias con tal de recuperar a los desencantados y estimular,
siquiera mínimamente, la ilusión. No es ponerse en plan drástico
ni dramático pero la democracia -qué paradoja, después de los
resultados y de los índices de participación de las últimas
elecciones- vuelve a presentarse frágil. No peligrará pero la
sucesión de coyunturas como la que nos ocupa la debilita hasta el
tuétano.
Los
partidos, todos los actores políticos deben ser conscientes de que
la sociedad, cada vez más perdida en el huracán de las
comunicaciones, precisa de estabilidad y de formulaciones viables. A
esa sociedad, muy condicionada por caprichos inmovilistas y por
carencia, entre otras cosas, de soluciones palpables que beneficien
los intereses generales, le basta muy poco para erizarse y virar las
espaldas a cualquier enrocamiento o determinación que refleje la
incapacidad para dialogar, acercar posturas y propiciar una salida.
Se enfada enseguida -si tiene ocasión, lo expresa- aunque quebrante
la salud del sistema democrático. Con lo fácil que es, hoy en día,
lucir una negativa.
Es
esto, precisamente, lo que está en juego: la salud democrática. Que
los jóvenes no se sientan atraídos -es asombroso el nivel de
ignorancia en las respuestas de algunas encuestas televisivas- y que
la gente confiese sus resabios porque se siente cansada y molesta
pues ni resuelven sus problemas ni operan con flexibilidad para
alcanzar acuerdos en los grandes asuntos, a sabiendas de que la
democracia y la participación social son los canales adecuados para
intentarlo, es preocupante. Todos deberíamos ser conscientes de que
lo que cuesta decidir en democracia pero quienes tienen obligación
de hacerlo han de ser consecuentes. Primer mandato pues tras el
fracaso colectivo: motivar a los electores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario