Hace
unas pocas fechas, escribimos en nuestro muro de facebook,
a
raíz de la resolución del Tribunal Superior de Justicia de Canarias
(TSJC) que condenaba al juez Salvador Alba, en su obsesión
confabuladora contra la magistrada Victoria Rosell, como autor de
delitos de cohecho, prevaricación y falsedad en documento oficial:
“Qué poco edificante para la justicia que un juez vaya a prisión”.
Lo es, aunque los más constructivos encuentran la salida de que lo
ocurrido sirve para demostrar que el sistema, o la administración de
justicia -tan mal considerada- funciona. O que no escapa nadie, ni
los jueces.
Al juez Alba le han
caído seis años y medio de prisión y dieciocho años de
inhabilitación (cabe dudar que vuelva a ejercer), así como a
indemnizar a su colega con sesenta mil euros por los daños morales
ocasionados. No, por muy bien que esté planteada la apelación, por
mucho que la sentencia sea desmenuzada y revisada, la naturaleza de
los delitos cometidos revela un modo de conducirse del juez Alba
bastante cuestionable e inaceptable.
Es un episodio triste y
vergonzante en la historia de la Justicia democrática española y
del TSJC en particular. Lo ocurrido, con las connotaciones políticas
del caso, precisaba de una resolución contundente.
Porque Victoria Rosell
se vio, en su momento, sensiblemente perjudicada. Recordemos que la
diputada de Unidas Podemos por la provincia de Las Palmas tuvo que
renunciar a la Diputación Permanente del Congreso después de que el
Tribunal Supremo admitiera una querella que el ex ministro popular
José Manuel Soria había presentado contra ella, apoyándose en un
informe de Alba que ahora ha sido declarado falso. Soria, como se
sabe, tuvo que dimitir al año siguiente. Una red de sociedades en
paraísos fiscales tenía la culpa.
A
Rosell le abrieron en su momento un expediente disciplinario del
Consejo General del Poder Judicial, tras
una denuncia interpuesta por un abogado a raíz de unos hechos
ocurridos en noviembre de 2014, determinantes de una recusación por
supuesta intervención de la juez en un procedimiento judicial por
presunto fraude fiscal que la mayoría de los miembros de la Comisión
Disciplinaria del Consejo consideró que no fue acreditado
acreditada.
En
mayo de 2017, escribíamos que la juez salía del laberinto. Ahora,
recuperado ese escaño en la cámara baja, tiene razones para el
talante desenvuelto con que se comportó en la siempre difíci prueba
de Wyoming, en El
Intermedio (La
Sexta). Seguro que han sido años de sacrificio, de incertidumbre y
de inestabilidad, tanto en lo profesional como en lo personal y
familiar. Demostró no arrugarse cuando vinieron mal dadas. La
metieron en una jungla, en uno de esos laberintos que no tiene fácil
salida y en el que se corren riesgos de perder la carrera.
Pero
la verdad, la sensatez, la rectitud siempre terminan imponiéndose.
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