Para
empezar: conjunción de los astros mágicos (Espinosa y Manrique)
para hacer honor al surrealismo y desvelar que los profesores Nilo
Palenzuela y Francisco Galante impartieron sus primeras conferencias,
por separado, hace yá décadas, en el Instituto de Estudios
Hispánicos de Canarias (IEHC), lleno para seguir atentamente la
descripción, la identificación, le evolución, la creación, la
transformación y el compromiso con la isla, Lancelot, Lanzarote,
allí donde el exotismo se desborda y donde el viento envuelve sus
valores. Y donde Espinosa y Manrique, dotados de una fecunda
capacidad creadora, en épocas diferentes, se esmeraron para
construir un universo que se anticipó a sus respectivos tiempos y
enseñoreó su naturaleza y su paisaje, como se encargaron de plasmar
y exaltar en sus obras.
Es
el año espinosiano, según decisión del Gobierno de Canarias, el
del ochenta aniversario del fallecimiento del escritor y el del
centenario del nacimiento del artista. Está presente Agustín
Espinosa Boissier, hijo del literato, quien apura su intervención
final para dar las gracias, después de haber escuchado por enésima
vez los elogios a la fascinación de la producción literaria de su
padre y los perfiles críticos de su obra.
Los
cadedráticos de la Universidad de La Laguna (ULL), Palenzuela y
Galante, se lucieron en una exposición conjunta que acreditó un
conocimiento exhaustivo de la vida y obras de los dos genios.
Desglosaron literatura, arte y pensamiento. Un acierto, desde luego,
la selección y el enfoque, presentación del profesor y crítico
Celestino Hernández incluida. La palabra clave en ambos y para ambos
es crear. En efecto, pusieron en marcha una genuina máquina creadora
que el tiempo, pese a tantos imponderables, mantiene en
funcionamiento.
Así,
para Palenzuela, Agustín Espinosa es el escritor más audaz del
siglo XX. Cuando llega -uno de sus destinos, es el de profesor de
Literatura en el instituto de enseñanza media de Arrecife que hoy
lleva su nombre- hace una especie de guía integral de Lanzarote.
Echa mano de la memoria, bajo las coordenadas estéticas de la época,
para urdir un discurso que dé solidez a su propósito. Cuando una
edición de Crimen,
al
cuidado del profesor Palenzuela, no hubo duda para elegir el gráfico
de la portada, original de Óscar Domíngez.
Crear, crear,
crear... Una obsesión para Espinosa y para César Manrique de cuya
trayectoria, vital y artística, se ocupó Francisco Galante. El nexo
común, pese a las épocas diferentes, es la naturaleza. Si Espinosa
produce una literatuta fascinante, Manrique eleva el listón
artístico de la originalidad en su interpretación de la
singularísima naturaleza. Galante precisa que hay en César un antes
y un después de su viaje a New York, en 1966, especialmente en lo
que a obra pictórica se refiere. Su primera exposición, dedicada a
la flora canaria, data de 1942. Pero entonces ya Manrique concibe
proyectos espaciales y urbanísticos de modo que Arrecife esté
orientada al Atlántico. En la ciudad norteamericana, se acerca a las
vanguardias y se interesa por los discuros estéticos que allí
vieron la luz. Hasta que descubre objetos e imagina cómo intervenir
en la naturaleza. Surge entonces el César dinámico y transgresor y
aunque el suyo sea un proyecto inacabado pues él es parte de la
Naturaleza (“...el tubo volcánico me habla...”), propone una
transformación total de la isla. Según Galante, César se empeñó
“en una reconversión total del espacio en beneficio de sus
usuarios”. Por eso mismo, con todo repeto, se atrevió a decirle
al alcalde portuense, Marco González, también presente, que “el
Lago está considerablemente degradado”.
Hubo
tiempo para aludir a que entre la primera obra manriqueña, Los
jameos del agua, y
la última, El
jardín de cactus, alfa
y omega de su creación, rescatando vertederos, esparcida por
Canarias, hay una trayectoria que Agustín Espinosa, seguro, hubiera
elevado a saludable, fascinante y eterna escritura propia, en
consonancia con el más audaz surrealismo. Lancelot, Lanzarote.
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