viernes, 6 de marzo de 2020

CORDURA


Reapareció la crispación -en realidad nunca se fue del todo- en el escenario político español. Una parte del periodismo se ha visto afectada. Amenazas, exigencias, judicialización, intimidaciones, réplicas y contrarréplicas... el escenario se pobló con acciones y declaraciones que nos han devuelto a los peores momentos, aquellos en los que se palpó el enfrentamiento entre políticos y periodistas, una circunstancia que ha enrarecido las relaciones y apenas ha restado relieve a la dimensión del coronavirus y sus repercusiones en la salud y en la productividad económica.

Menos mal que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, vino a administrar una dosis de sosiego y racionalidad -buena falta hace; seguramente será necesaria alguna más- al firmar en el Senado que los periodistas tienen “un compromiso de honestidad, verificación, contextualización y análisis”, con sus lectores. Y abundó: “Políticos y periodistas está comprometidos con la ética”, en tanto que “exigen luz y taquígrafos “ al trabajo que realizan. Ojalá no sea una declaración más en ese ambiente de refriega del que hablamos sino que sea una invitación a la reflexión sobre el papel que corresponde a las partes en un momento delicado de la historia de España, caracterizado por el encono y por un clima que no es el más deseable para la convivencia política. En situaciones así, siempre es deseable que algún responsable institucional aparezca en la escena para lanzar un mensaje sosegado, responsable, cabal y consecuente. Otra cosa es que le hagan caso o se den por aludidos los destinatarios; pero sería bueno que las discrepancias se mantuvieran siempre en las coordenadas de la racionalidad.

Porque antes, recordemos, la Asociación de la Prensa de Madrid y la Federación de Asociaciones de Periodistas dee España tuvieron que fijar posición ante unos episodios protagonizados por políticos significados que fueron considerados poco menos que intimidatorios y amenazantes. Es lógico que algunos cargos públicos involucrados en la controversia se defiendan: tienen todo el derecho a hacerlo, para desmentir, matizar, puntualizar o aclarar. Desgraciadamente abundan falacias, dicterios, libelos, injurias que fluyen impunemente, sin ton ni son, irresponsablemente.

Pero es difícil asumir una contienda abierta en la que se pierda el respeto, en la que se confundan los papeles, aflore la prepotencia y se deterioren las relaciones hasta extremos ya impredecibles, pese a que, por el interés recíproco -empresarial e informativo por simplificar- deberían conducirse de otra manera. Esa sería una señal de madurez democrática.

Por eso es también normal que las organizaciones profesionales exijan el respeto al trabajo de los periodistas, garantía, por cierto, de libertades esenciales, y en el que hay que incluir la vigilancia de la actuación de los poderes públicos. Tal como están las cosas, ante determinadas situaciones de crisis, es primordial entender la función social del periodismo. Las sociedades deberían contar con un periodismo sano y crítico, el que se asienta en valores éticos. De ahí que ese enfrentamiento sea pernicioso.

Cordura, pues.


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