lunes, 2 de marzo de 2020

UN BIEN VALIOSO A PRESERVAR


Hemos hablado en distintos foros durante la semana pasada, verdaderamente agitada, sobre la función social del periodismo. Hemos reflexionado sobre una idea que, en el fondo, es una aspiración: el periodismo de calidad es un bien valioso que hay que preservar. Por eso, en el afán de aprendizaje constante, nos seguimos deteniendo en el análisis de todas aquellas cuestiones que han de contribuir a buscar y practicar una tarea que, a menudo, lucha contra las propias adversidades que es capaz de generar. Un ejercicio que no consiente arrugas si se ama la profesión, si se quiere informar con rigor y fiablidad, si se quiere opinar con criterios sólidos y fundamentados. Y un oficio que es, en sí mismo, una autoexigencia.
Cierto que ese periodismo de calidad depende, en buena medida, de los factores que lo condicionan, entre ellos el cambio de modelo de negocio, a ver si cuaja. Porque si se admite que el convencional o de toda la vida se ha resquebrajado, habrá que convenir que el proceso para sustituirlo está siendo muy gravoso y complicado. Baste repasar lo que está ocurriendo con el mercado publicitario, donde las marcas y los anunciantes prefieren, cada vez más, las plataformas y los motores de búsqueda. Sigue abierto, por otro lado, el debate sobre el modelo de suscripción, sobre todo porque se trata de una posibilidad en la que la mayoría de los medios no quiere ni incursionar.
El periodismo de calidad queda también supeditado a la victoria en la guerra de las noticias falsas que, según algunos autores, se han convertido en un yacimiento igual o más lucrativo que el del periodismo. Resulta que circula fácilmente y es hasta más barato. Lo peor es que cuenta con un público bastante amplio dispuesto a creerse cualquier paparrucha, cualquier denuesto. Y digamos que se rinde -sobre todo, en redes sociales o en medios muy localizados- ante especies o comunicadores sin escrúpulos a los que da igual mentir, insultar o deformar con tal de desprestigiar, defender intereses espurios o ganar notoriedad. Son los del vale todo. Y así las cosas, cuando se trata de subsistir, es difícil aproximarse siquiera a los niveles de calidad por los que abogamos. Hasta ese anhelo de aglutinar una comunidad en torno a una marca eterminada de lectores/oyentes/televidentes, en definitiva, de usuarios de la información, se convierte en una meta casi inalcanzable.
Pero no cerremos las puertas de la esperanza. Hay que esmerarse en la consecución de esa marca y desarrollarla, aunque haya que armarse de paciencia y de una clara voluntad de perfeccionamiento, sobre todo, para labrar vínculos de confianza, principal sostén de una relación que se antoja como duradera. Es ahí cuando hay que hablar de viabilidad económico-financiera, cuando en el marco de una competencia cada vez más feroz, un producto cualificado es capaz de convertirse en un negocio independiente, confiable y sostenible.
En el fondo, ¿no es eso a lo que aspiran las sociedades democráticas que quieren contar con un periodismo crítico capaz de hacer frente a los poderes que funcionan para defender sus intereses?


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