domingo, 1 de marzo de 2020

UNA CUARENTENA EN 1823


Si este es el tiempo del coronavirus, que tantos estragos causa en la economía mundial en tanto las autoridades sanitarias de todo el mundo se esmeran para determinar cómo prevenirlo o atajarlo, en octubre de 1823 el Puerto de la Cruz, aún sin turismo pues no se había inventado como tal, hubo de afrontar, con el contagio de la peste, una situación bastante delicada.
Resulta que la Junta Superior de Sanidad determinó el 14 de octubre de aquel año que los buques nacionales procedentes de los puertos americanos fuesen admitidos en las islas, con veinte días de observación para aquellos tripulantes o pasajeros que estuviesen sanos y en cuarentena en caso de estar presumiblemente afectados por la enfermedad. Los extranjeros, precisaba la circular correspondiente, no serían admitidos.
El Ayuntamiento, reunido el 17 de octubre, acordó dar traslado inmediato de copia autorizada de la solicitud que había dirigido a la Diputación el 25 de septiembre anterior, en la que se pedía que fuesen admitidos todos los buques nacionales y extranjeros que llegasen cumpliendo la cuarentena que se señalase, sin que estuvieran obligados a pasarla en Mahón (Islas Baleares). La solicitud se fundamentaba en los perjuicios notorios que se originaban, si bien el cronista oficial Nicolás Pestana Sánchez hablaba de “razones incontrastables” que los sustanciasen.
Se veía con sorpresa, según su relato, que la Diputación resolviese que los buques extranjeros efectuasen su verificación de cuarentena en estos puertos, sin que fuera concebida la idea que dio motivos a la Ju nta Superior para hacer una distinción de banderas cuando el perjuicio solo estaba en la introducción de epidemias. Casi todos estos buques procedían del puerto de La Habana (Cuba), donde se padecía casi todo el año el denominado 'vómito negro', al paso que los extranjeros que acostumbraban a llegar lo eran de los puertos de Estados Unidos de América, donde no se padecía con tanta frecuencia (Era la fiebre amarilla, una enfermedad aguda e infecciosa, causada por el virus del mismo nombre. Se trataba de una hemorragia digestiva. Está asociada a otros síntomas como mareos, sudoración fría y heces con sangre).
Entonces, palpando cierto estupor, el consistorio portuense se refirió a las mismas razones que tenía acreditadas en su citada solicitud sobre el particular, en la que probaba las consecuencias perjudiciales en el caso de que los barcos, tanto nacionales como extranjeros, atracasen en Mahón para efectuar la cuarentena. ¿Cuál era el problema? Evidente: si los nacionales corrían el riesgo de ser apresados por el solo hecho de ser españoles, los extranjeros que solían venir a Canarias conducían cargamentos de la propiedad de españoles, como ha sucedido casi continuamente. Claro, ello presuponía que dicha propiedad, estando a bordo de un buque extranjero, iba a ser poco respetada una vez que los enemigos descubriesen la documentación y advirtieran, a su aire, cualquier irregularidad.
Consigna Pestana que “ni aún las personas eran respetadas a bordo de un buque extranjero, según lo sucedido con dos pasajeros españoles que, desde la isla de Canaria (por Gran Canaria) se trasladaban a Tenerife en un bergantín inglés y fueron hechos prisioneros”.
La situación debía entrañar serias complicaciones, de modo que el Ayuntamiento no adoptó acuerdo alguno sino que se limitó a levantar acta y remitirla a la Junta Superior de Sanidad, a la espera de resoluciones competentes.

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