Es cierto, totalmente cierto. Quien más quien menos está padeciendo los efectos de la desaceleración económica gestada en Estados Unidos, allá durante el verano del pasado año con la plaga de las hipotecas de mala calidad, extendida a una velocidad extraordinaria en prácticamente todo el mundo.
El último dato de los conocidos en Canarias relativo a la recesión es ilustrativo y asusta: más de cuarenta y tres mil personas engrosan los listados del desempleo. A pesar de que las grandes superficies siguen viéndose muy pobladas, especialmente los fines de semana, y los pequeños y medianos restaurantes continúan llenos o casi llenos también en esos días (cuando no hay aparcamiento o hay que esperar para coger mesa, todos se hacen la misma exclamación: ¡Y eso que hay crisis!), a pesar, digo, las cifras empiezan a inquietar.
Y es entonces cuando brotan los tremendismos y cuando los catastrofismos galopan desbocadamente tal como anticipábamos ayer. Es como si desearan que la situación empeore para poner el acento en las responsabilidades o en las culpas al Gobierno. Por resumirlo, la célebre frase bien aplicada a sus intereses: Cuanto peor, mejor. Eso sí: pocas o ninguna alternativa. Y si ésto es lo que se reprocha, fácil réplica: que inventen ellos. Para eso cobran y para eso se les ha puesto ahí.
Seguro que son conscientes (¿o no tan seguro?) de que confluyen, por primera vez en muchísimo tiempo, tres crisis de gran calado, además interactivas: finanzas, energía y alimentos. ¡Ahí les quiero ver! Pero no importa: ni la génesis ni los efectos universalizados son tenidos en cuenta, con tal de cargar las tintas y el verbo sobre el Ejecutivo.
No hay dinero, no circula, las entidades financieras suman quebrantos y recelan unas de otras, sin que las aportaciones de liquidez de los bancos centrales hayan servido de mucho.
La economía se resiente, vaya que sí. El sector inmobiliario, sí, y también la construcción, las industrias y los servicios.
Energía: el precio del crudo, sus oscilaciones, sus especulaciones. Todo lo que se mueve, la dependencia de los combustibles: alza de precios, disminución de poder adquisitivo, malestar de sectores profesionales, protestas, exigencias, paros... Y ningún impulso a las fuentes alternativas.
Por si todo fuera poco, la crisis alimentaria. Puede haber, según se ha sabido, hasta unos mil millones de personas afectadas por hambre. Otro terreno abonado para la especulación: ya verán cómo la saliuda será el encarecimiento de las cosechas.
En fin, el capitalismo afronta otra de las coyunturas que él mismo fabrica ciclícamente. Panorama sombrío, sí señor. Sobre todo, echando un vistazo a lo que sucede en el Cáucaso, en las eleccciones estadounidenses, en la tragedia africana y en la evolución populista de buena parte de América.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
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