Se cumplen hoy cuarenta y dos años de un terremoto que castigó el litoral venezolano y la ciudad de Caracas.
Aquel suceso tuvo especial impacto: eran muchas las familias con parientes en el país sudamericano y se trataba de saber qué había pasado y en qué estado se encontraban.
En la memoria personal se almacenan los derivados de una situación de entonces: las dificultades para comunicar, para tener información.
Las líneas telefónicas, como consecuencia del sismo, se habían visto afectadas. La marcación automática directa estaba muy restringida. Y entonces surgieron las alternativas: Radio Nacional de España, por ejemplo, a través de su centro emisor del Atlántico, en Santa Cruz de Tenerife, estableció un servicio especial de identificación de personas que habían facilitado su identidad al consulado o a la embajada de España, dando cuenta de su estado. Otra vez la radio como servicio público, como medio directo de saber la suerte de los demás, de amigos y familiares. Largas horas ante los receptores escuchando con atención y aplausos de júbilo cuando nombraban al ser querido que se encontraba bien o fuera de peligro. Después, las llamadas telefónicas de quienes participaban de ese contento.
El otro gran canal de comunicación fue el de los radioaficionados cuyo papel, en esa y en otras catástrofes, ha resultado decisivo. Se buscaba un contacto, a alguien que dispusiera de emisora y que, en noches y transmisiones interminables, conectara con algún colega, le facilitara dirección o teléfono y le requiriese información. En Caracas y en cualquier otro punto del país.
En aquellas fechas pudimos contrastar personalmente el valor de la comunicación y de la interactividad, de modo que si ya había vocación, aquella situación terminó de consolidarla y de inclinar la ocupación del futuro.
Porque no sólo era saber sino sortear todos los obstáculos y todas las circunstancias para conocer. Comparadas con las actuales, las comunicaciones convencionales de entonces eran arcaicas y muy limitadas en su accesibilidad. De ahí la importancia de los radioaficionados que veían amanecer o llegaban tarde a sus trabajos facilitando sus indicativos y luciendo orgullosos las notas o las postales en las que dejaban constancia de haber sabido la suerte de paisanos, amigos y familiares. Eran las célebres ruedas en las que se hablaba lo justo, sin bromas y sin rivalidades.
Recordamos un artilugio técnico, el denominado "phone pass" o "phone patch" o algo así, absolutamente prohibido y que algunos radioaficionados tenían para posibilitar la conexión con una terminal telefónica a través de la emisora personal.
Días y noches de incertidumbre pero también de profunda atracción ante el entonces muy limitado poder de la comunicación. Por ello quizá sea mejor decir ante poder comunicar.
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