Puede entenderse que, en su legítima defensa, el Partido
Popular (PP) proponga medidas con las que intentar paliar el desaguisado. Pero
los estrategas deberían contar con un estado mayor donde una de las máximas sea
pensar y pensar antes de contratacar a los medios de comunicación, antes de
arremeter contra el mensajero e incurrir en lo que tantas veces han criticado
porque es lo que otros han hecho. Por supuesto, cada quien es libre de proteger
su honor si considera que éste ha sido lesionado públicamente. Y de interpretar
si se han traspasado los límites del artículo 20 de la constitución. Ya tienen
los conservadores aquella experiencia de hace unos años cuando decidieron poner
la proa a los medios del Grupo Prisa que no les fue tan positiva. Pero así como
la mejor táctica de defensa es un buen ataque, según un viejo aforismo
balompédico, en este caso, tales las circunstancias que concurren, no parece
que sea buen recurso el empleo de acciones judiciales con las que pretender
frenar la escalada de informaciones.
Cierto que
los elementos que se van acumulando hacen que el “Barcenasgate”, como ha sido
bautizado el caso de la controvertida contabilidad del partido gubernamental a
partir de la aparición de una cuenta millonaria en Suiza y del papel de su ex
tesorero, Luis Bárcenas, sea difícil de tratar desde cualquier flanco. Y aunque
los populares tienen los antecedentes del asunto Naseiro-Sanchís-Palop -es
inaudito que Pedro J. Ramírez afirme que el comportamiento de entonces fue lo
que catapultó al partido a la presidencia del Gobierno-, no es menos cierto que
ahora hay múltiples aristas que complican el tratamiento y la defensa, sobre
todo las que tienen que ver con el apremio de la credibilidad.
En La
Moncloa y en la sede de Génova tienen un problema, cada vez más agudo. Aunque
cierren filas, la percepción de que en el partido gubernamental se libra una
guerra interna sorda y sin cuartel es inevitable. Nadie lo ha ordenado pero un
sálvese quien pueda circuló cuando el diario El Mundo publicó una información relativa a sobresueldos como
práctica reservada habitual durante unos años. Es curioso pero el periódico no
publicó pruebas de ese hecho. Sin embargo, que se sepa o haya trascendido de
forma notoria, nadie ha anunciado acciones contra el medio por una información,
cuando menos incompleta. Y delicada: la sustancia de una presunta comisión
delictiva.
Dejan El Mundo en paz. Al menos, por ahora.
Por el contrario, el PP advirtió de acciones judiciales en plena emisión en
directo de un programa de Tele 5, El gran
debate. Claro: ese hecho tenía un significado que las organizaciones
periodísticas profesionales señalaron a la hora de criticar la actitud de los
responsables del Partido Popular: cortar, impedir la emisión del programa,
frenar o restringir su continuidad… y sembrar para los demás. “Intento
intolerable de censura previa”, llegó a afirmar el portavoz de la Asociación de
Prensa de Madrid (APM), Nemesio Rodríguez. “Lo que no puede hacerse es evitar
la emisión de un programa”, dijo por otro lado el dirigente de la Federación de
Sindicatos de Periodistas de España (FSPE), Agustín Yanel. Antes de la emisión
del programa, según se ha publicado, dirigentes conservadores avisaron al canal
televisivo de que iban a estar muy pendientes de lo que se dijera. Fueron
congruentes: cuando escucharon aquellos testimonios -basados, según la cadena,
en lo publicado en El Mundo y otros
periódicos-, lanzaron sus advertencias.
Después fue
el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, el que anticipara acciones
legales contra el diario El País por
una alusión en el contexto de lo que publicaba sobre los papeles de Bárcenas.
Es lo único que se sabe, por cierto, del señor Aznar, presidente de honor, en
medio del desaguisado. Si lo que ha ocurrido o está ocurriendo le merece alguna
otra reflexión, al menos por ahora, se desconoce. Hasta Pedro J. Ramírez le
afeó -¿sinceramente?- la iniciativa en una entrevista televisada.
La
publicación posterior en este mismo periódico de supuestos reflejos contables,
anotaciones y cifras de puño y letra de Luis Bárcenas, también mereció, aunque
comedidos, anuncios de estudio de iniciativas judiciales por parte de Dolores
de Cospedal. Se puede entender como normales en medio del apocalipsis que vive
la organización popular, necesitada de que escampe cuanto antes. Ya se verá en
qué paran.
La forma
utilizada por el presidente Rajoy, es decir, aprovechar la comparecencia ante
su comité ejecutivo, para que la ciudadanía quedase enterada de medidas a
emprender o de apreciaciones políticas a exponer públicamente, es bastante
discutible. En cierto sentido, es hasta humillante para el periodismo. Algún
medio, consecuentemente, decidió no cubrir el acto en la sede del partido.
¿Para qué? En las redes sociales, la forma ha sido criticada sin reservas. Y
alguien, atinadamente, escribió: “Sin preguntas, no hay periodismo”.
Es verdad
que esto no debe extrañar: desde el principio del mandato, desde el arranque
del Gobierno, cuando lo anunció sin ni siquiera explicar la composición, y con
alguna convocatoria posterior en la que tampoco ha admitido preguntas, se nota
claramente que Rajoy prefiere eludir al periodismo. Por no recordar aquel
bochornoso episodio de la salida del Senado por el garaje, esquivando cámaras,
micrófonos y bolígrafos.
En el PP
deben ser conscientes de que no es cuestión de añadir más pimienta al pote, es
decir, abrir nuevos flancos con demandas o querellas contra los medios de
comunicación. Ocioso insistir en el papel de éstos en la sociedad de la
información, en una democracia moderna y en un cuerpo social como el español al
borde de la fractura. Pero es ineluctable insistir en lo importante que resulta
la fiscalización de la cosa pública, cada vez más insuficiente, al menos en
España, con los mecanismos de que dispone. O lo que es igual: ¿para qué hablar
de transparencia si luego no se admiten preguntas tras la comparecencia de todo
un presidente del Gobierno para que explique, ni más ni menos, si la contabilidad
y las finanzas de su partido registran o no supuestas irregularidades? Tal como
evolucionan las cosas: lo mejor que puede hacer el PP es debatir qué hacer con
su ex tesorero, superar las diferencias intestinas y apuntar desde dentro en la
búsqueda de soluciones.
Le han recordado -y no sobra, desde
luego- a dirigentes del PP que Richard Nixon, en su inútil defensa cuando Watergate,
arremetió también contra la prensa, a la que culpabilizó y la tachó
de irresponsable.
Luego pasó lo que paso.
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