La de Ponferrada (León) fue, la
semana pasada, la tormenta política perfecta. Miren que todas las mociones de
censura en instituciones y corporaciones tienen una intrahistoria a cual más
digna de figurar en relatos de miseria, componendas y ambiciones, pero la de la
localidad leonesa, desborda todos los cálculos, hasta el punto de haber
producido una de las más graves crisis interna y de credibilidad que se
recuerdan en el seno de la dirección de la organización socialista. Tal es así
que no resulta exagerado evaluar que parece llamada a marcar un punto de
inflexión en el proceso que sigue a las derrotas electorales. ¡Quién lo iba a
decir! Una moción de censura en un modesto ayuntamiento de provincias como
punto álgido de una crisis y como reflejo de un progresivo deterioro que es
fruto, por otro lado, de dos corrientes: de la inhibición, por un lado; y de la
despreocupación, por otro.
La tormenta política perfecta
es la concatenación de errores, a duras penas paliada por las tardías
decisiones de querer dar marcha atrás sobre hechos consumados. Tuvo la dignidad
uno de los responsables de reconocerse cegado por querer dejar fuera del juego
político a un acosador sexual condenado. El mismo, por cierto, que gozó de un
respaldo ciudadano que le colocó, con cinco concejales, como árbitro de una
gobernabilidad que se resistía hasta hacerse insostenible.
Pero la ceguera, la cerrazón,
no es buena consejera. Ni en política ni en nada. Y aunque parezca tan al
alcance el poder, otra alcaldía –“dimito al día siguiente”, anticipó el ex
alcalde acosador-, se ha vuelto a demostrar que no todo vale en política. En la
cadena de errores, no se valoró suficientemente el significado de apoyarse en
un delincuente, aunque estuviera elegido por el pueblo. Y mucho menos, para más
inri, que el pleno, con todos los votos controlados, se celebrara el Día
Internacional de la Mujer. La vieja teoría: toda mala situación tiende a
empeorar. Cuando se esgrime la ética cívica, hay que acreditarla, máxime para
desmarcarse de comportamientos oscuros y reprochables, sobre todo en una época
en la que el rechazo y la desafección hacia la política siguen en aumento.
Fallo tras fallo, que resultan
difíciles de entender en un partido que se supone cuenta con estrategas,
analistas y dirigentes que prevén todos los escenarios -al menos los de las
decisiones trascendentes- antes de dar luz verde a operaciones tan delicadas
como un cambio de gobierno.
La tormenta estalló, y de qué
manera. Hasta las rectificaciones y las exigencias inútiles. Quedaban pocos
parapetos de defensa: terminaba siendo débil el más recurrente: la alcaldía, en
su momento, fue para el Partido Popular gracias a los votos del condenado por
acoso sexual en aquel “Caso Nevenka” de infausta recordación. De eso no se
habla mucho, claro, pese a que sirve para contrastar las varas de medir a la
hora de enjuiciar políticamente lo sucedido, aunque muchos, seguro que
conscientes de tal circunstancia, aprovecharan para derivar hacia la falta de
liderazgo, el desgobierno, las incoherencias y otras debilidades del Partido
Socialista Obrero Español que no se ven, claro, en otros partidos.
Pero bueno, el paisaje después
de la tormenta no puede ser más desolador: el acosador cumplió su palabra y
murió matando –incluso piezas con las que no contaba- y el PSOE se quedó sin
alcaldía y sin representación institucional. El tiempo dirá si las heridas
abiertas son cicatrizables. Y los ciudadanos de Ponferrada ya saben lo que les
espera. Porque hubo tormenta pero no se cree que haya milagros. Ni siquiera calma.
1 comentario:
Le pongo el cuño y lo firmo.
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