viernes, 26 de abril de 2013

EL CABALLERO DEL RING

Más hormiga que cigarra… siempre distinguido por su honradez y laboriosidad (Antonio Salgado dixit), hoy hacen Hijo Ilustre de la Isla en el Cabildo de Tenerife, y a propuesta de su presidente, a Miguel Velázquez Torres, boxeador profesional tinerfeño que se ganó a pulso su condición de legendario, no en vano se proclamó dos veces campeón del mundo (una de ellas, militar) en los pesos ligeros.
Define bien Salgado el carácter y la trayectoria de Velázquez. La hormiga que desde sus inicios, en Taco, fue acumulando de forma tesonera las cualidades técnicas que le caracterizaron y le impulsaron al cenit pugilístico. Además, honrado y constante, dentro y fuera de los cuadriláteros.
Su estrella brilló desde los años sesenta del pasado siglo, coincidiendo con una etapa gloriosa del boxeo tinerfeño, robustecida con gran entusiasmo de los aficionados. La leyenda de Miguel se inició en los Juegos Olímpicos de Tokio (1964). La medalla de oro conquistada en Alemania, en el campeonato del mundo militar, antecedió su salto al profesionalismo. Un año después ya era campeón de España de los ligeros. Ya destacaba el estilista, ya era digna de admiración su técnica depurada.
Y llegaron los hitos. Uno, aquel mítico combate con el titulo europeo en juego frente a Pedro Carrasco. Pelea terrible y encarnizada. La controversia en todo lo alto pues el veredicto de los jueces, favorable a Carrasco, fue muy contestado.
Otro, la conquista de ese mismo título, en 1970, frente al británico Ken Buchanan, a quien superó por puntos. Retuvo la corona dos veces, ante los italianos Carmelo Coscia y Antonio Puddu.
Y el tercero, la oportunidad de su vida, ya en 1976, cuando parecía que su estrella declinaba. En Madrid, Miguel Velázquez se proclamó campeón del mundo de los superligeros, versión Consejo, al derrotar en el quinto asalto, por descalificación, al tailandés Sansak Muangsurin, (apodado “La sombra del diablo”) que le había arrebatado el título al español Perico Fernández.
Meses después, en octubre, el púgil tinerfeño, por decisión del Consejo Mundial, tiene que defender su título. Lo hace en Segovia -¡en el pabellón polideportivo de un colegio religioso!- donde tuvo que inclinarse ante el tailandés que, con una pegada demoledora, le derriba en el segundo asalto.
De este combate, recordamos un titular (Diario de Avisos, 29 de octubre de 1976) con cierto sabor anecdótico, pues ese día, la competencia no se enteró de que un tinerfeño disputaba un campeonato del mundo: “Mis ánimos, de Las Cañadas para arriba”. El campeón, en una distendida conversación telefónica, fue así de gráfico en las vísperas, convencido de que podría retener su corona. En la misma edición, en un comentario de opinión, titulado “¡Ánimo, Miguel!”, escribimos:
“…Hay algo más importante que eso: la defensa de tu título. Tú no has rehuido. Has aceptado volver a medirte con el mismo hombre al que descalificaron. El gesto, Miguel, es propio de un caballero del ring, de un señor del deporte, de esos que pocos quedan. Y afrontas -ya lo veo- este nuevo combate con el espíritu juvenil que siempre te caracterizó. Piensas ganar y piensas seguir siendo campeón…”.
No pudo ser. Pero Miguel Velázquez Torres ya era leyenda, la que fue reconocida en el curso del homenaje tributado en febrero de 2006 y la que hoy se contrasta con la distinción de Hijo Ilustre de Tenerife. Ya saben: más hormiga que cigarra…

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