Quieren hacer algo en Punta
Brava. ¿Algo? Un estudio para la reordenación y la transformación del frente
marítimo de este núcleo portuense, basado en una perspectiva sostenible y que
englobe aspectos urbanos, paisajísticos y arquitectónicos.
Punta Brava no es cualquier
barrio. Durante unos cuantos años fue avanzadilla de la lucha obrera y anticipo
de la participación ciudadana que sustanció el reivindicativo movimiento
vecinal de los setenta. Antes, fue desarrollándose casi de forma anárquica (la
leyenda es que Isidoro Luz, siendo alcalde, regalaba los terrenos para que el
necesitado afrontara la autoconstrucción de su vivienda) y allí donde había un
lazareto (en realidad no se tiene constancia de un establecimiento sanitario para
aislar a personas infectadas o sospechosas de enfermedades contagiosas) y un
vertedero de residuos, donde a diario se quemaban toneladas, fue surgiendo un
barrio con personalidad propia que se abrió al turismo después de haber visto
satisfecha, con la primera corporación democrática (1979-83), la principal
reivindicación durante décadas: una vía de acceso en condiciones, con seguridad
para la circulación vial y peatonal. Cuando se consolidó Loro Parque, una
atracción turística indiscutible, Punta Brava, que también se llamó María
Jiménez y Washington en lenguaje popular, fortaleció su tejido social,
incorporó espacios públicos, dotacionales, pequeños y medianos comercios.
Décadas después de que las
primeras casas desafiaran la furia atlántica, el Colegio de Arquitectos de
Santa Cruz de Tenerife y el Consorcio Urbanístico de Rehabilitación Turística
se proponen ver cuál es el tratamiento más adecuado para este núcleo costero.
Se supone que mediante la nueva Ley de Costas (no sabemos si favorecerá el alcance
de la iniciativa) y con una solución definitiva en cualquier planeamiento de
ordenación que se haga con vistas al futuro. Punta Brava es un núcleo urbano
consolidado. Pero no es menos cierto que ciertas edificaciones están (estaban)
afectadas al estar incluidas en lo que se denominaba demarcación pública
marítimo-terrestre. Ello condicionó transacciones y hasta proyectos de
reconstrucción o simplemente de reformas.
Un barrio netamente costero
imprime personalidad y distingue a un municipio. Para lo bueno y para lo malo.
De ahí que este estudio deba ser examinado con detenimiento por vecinos y
agentes sociales. Entre los primeros, hay generaciones jóvenes, muy bien
preparadas, herederas del mejor espíritu combativo de los habitantes del barrio
y que ahora tienen la oportunidad de prolongarlo desde una óptica diferente,
claro. Se propone un desarrollo sostenible en el que prime la clave
paisajística, se lee en un sumario de una información periodística. Habrá que
mirar muy bien esa vertiente sostenible. Si se quiere que el barrio resulte
modélico, tendrán que esmerarse y poner mucho empeño. Hacer suyo, identificarse
con el proyecto integral.
Que no ocurra como con tantas
otras cosas en el municipio, donde el dejar hacer, dejar pasar resultó un
sinónimo de pasotismo que sólo condujo a frustración, desencanto y descontento.
Es el barrio. Quien hacer algo.
Es el futuro. No dejen que se esfume la oportunidad de poder participar para
hacer algo propio. Sin la anarquía y sin las carencias de aquellos años.
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