jueves, 25 de abril de 2013

ENFOQUE SOBRE LOS ESCRACHES


Hasta dónde habrá llegado el estupor, y puede que la indignación, de quienes han sido despiadadamente críticos con los escraches, término que escribimos por primera vez, por cierto, al escuchar las manifestaciones del presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Gonzalo Moliner. Para quienes aún desconozcan el significado de la palabra, digamos que son las protestas que se efectúan ante el lugar de trabajo o el domicilio de políticos a los que, de algún modo, hacen responsables de algunas medidas, en este caso no haber promovido ya una solución estable para los desahucios.

Su Señoría ha dicho que “son un ejemplo de la libertad de manifestación, en tanto no sean violentos”, añadiendo que son “rechazables si afectan a la libertad individual de las personas”. Moliner ha precisado que “no se pueden condenar de manera general”  ya que depende de las circunstancias en que se desarrolle cada uno.

Y claro, para quienes han hablado de nazismo, para quienes han secundado de alguna manera -equivocada, por cierto- ese planteamiento, para quienes se han apresurado a condenar tan reprobables métodos, las palabras del presidente del Tribunal Supremo habrán producido urticaria. Han sido, además, lo suficientemente precisas como para dejar bien sentado que se trata de un derecho y que, por tanto, debe ser respetado.

No es que Moliner bendiga las protestas pero al menos su apreciación es válida para encontrar ese punto de sensatez y de equilibrio que tanto se echa en falta en toda tendencia social radicalizada. Quienes vienen interpretando los escraches como fórmula que debe ser reprimida sin ambages -seguro que callaron o miraron para otro lado cuando había personas que se concentraban o manifestaban a favor de una ley de interrupción voluntaria del embarazo o cuando comunidades y colectivos han reivindicado trabajo o mejores condiciones laborales-, han encontrado en los razonamientos del magistrado un freno a sus pretensiones que, de alguna forma, riñen con el Estado de derecho.

Eso sí, han hallado también un aliado inesperado: con Moliner en juego, ya hay otra razón, otro factor para hablar menos de lo que daña y de lo que indigna. Encima, tienen suerte.

 

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