Fue una de nuestras primeras incursiones en el campo de la
información política. Casi casi, el estreno. Creemos recordar que en 1978, en
plena transición. Adolfo Suárez, presidente del Gobierno, venía a las islas. El
padre Siverio, director de Radio Popular de Tenerife, donde preferentemente
hacíamos deportes, nos envió a La Gomera, a cubrir la visita presidencial a
esta isla. Canarias atravesaba entonces una delicada situación social y
económica. La presencia de Suárez en el archipiélago tenía un profundo sentido
simbólico.
El trabajo había comenzado en el
aeropuerto de Los Rodeos, donde pudimos seguir las incertidumbres del protocolo
para saber dónde se colocaba un visiblemente desconcertado Alfonso Soriano, el
presidente de la Junta de Canarias, el ente preautonómico. Las tablas de Rafael
Clavijo, que lo era del Cabildo Insular de Tenerife, resolvieron
diplomáticamente la cuestión. Mucho más emotivo que aquel episodio, desde
luego, fue la perseverancia de Cristina García Ramos para conseguir un
testimonio de Suárez según cumplimentara a las primeras autoridades. A Cristina
(evoquemos su maduro ejercicio de “Corazón, corazón”) la habían apremiado desde
Madrid. Cuando lo logró, no pudo ocultar su contento entre quienes la rodeaban.
Después, el traslado en guagua hasta
Los Cristianos. En el grupo de periodistas e informadores, iba Arturo Trujillo,
que pertenecía al plantel de Diario de Avisos y poco después quedaría vinculado
a la Unión de Centro Democrático (UCD). Ahí conocimos a dos pesos pesados:
Ignacio Zuloaga y Manuel Antonio Rico, que representaban a las agencias de
noticias Efe y Europa Press. Nos alojamos en el parador nacional, aún
inconclusas las obras, lo cual no obstó para que allí mismo, antes de las
visitas, hubiera algunas reuniones con dirigentes institucionales y vecinales.
De Suárez no se despegaba Luis Mardones Sevilla, gobernador civil, a quien
recordamos tomando notas como si de un periodista se tratara.
Desde el sur de Tenerife y desde la
isla colombina enviamos varias crónicas telefónicas, suplementadas con alguna
grabación, hecha a ‘vuelamicrófono’. Cuando terminó la jornada, en medio de un
calor sofocante, acompañamos a Zuloaga y Rico a comprarse un bañador en San
Sebastián, la villa, la capital de la isla, en cuyas calles se vivía la
efervescencia propia de un acontecimiento. Luego estrenamos la reluciente y
tentadora piscina del parador.
Estos recuerdos personales rebrotan
al producirse el anunciado fallecimiento del ex presidente. Cuando cumplió 75
años y la enfermedad ya causaba estragos, el aniversario se vio salpicado por
una nueva controversia a propósito de la aparición de un libro de Luis Herrero.
Los franquistas y los nostálgicos se han pasado un buen rato denostándole, le
consideraban un felón. En la obra de Fernando Vizcaíno Casas, “Y al tercer año
resucitó”, así aparece. Pero nadie pone en duda el trascendental papel que le
corresponde en el tránsito a la democracia, en una de las etapas más
apasionantes e inciertas de nuestra historia. La entereza con que afrontó el
bochornoso asalto de los guardias civiles al Congreso de los Diputados
-compartidos esos honores con Gutiérrez Mellado- será recordada eternamente. El
paso del tiempo elevó su estatura política, su generoso sentido de la
tolerancia y del pluralismo. Alfonso Guerra, en la segunda entrega de sus
memorias, le califica como un “estadista desclasado”.
Y en su haber político, analizado hoy
con un más amplio sentido de perspectiva, el valor de una dimisión que iba más
allá de lo que en sí significa una renuncia:
“Yo no quiero que el sistema
democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de
España”, vino a decir al país en la tarde del 29 de enero de 1981. Sabias
palabras, sustanciosa aportación a la democracia que recién arrancaba y que
andaba amenazada, según se comprobó apenas un mes después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario