“Al final lloraremos por la
pérdida de valores patrimoniales”, titula uno de sus últimos trabajos Melecio
Hernández Pérez, investigador y estudioso del Puerto de la Cruz, siempre atento
a sus antecedentes históricos, algunos de los cuales hemos conocido
precisamente gracias a su labor. Por lo tanto, no es sobrevenida esa querencia
de Melecio por hechos tan controvertidos como es el derribo del muro de san
Telmo, el más reciente ejemplo de la destrucción del patrimonio social,
histórico y arquitectónico de la ciudad. Melecio escribe desde su sensibilidad
comprometida y del conocimiento que le reporta haber vivido en las
inmediaciones de ese rincón de la geografía urbana, de haber indagado en los
testimonios que le han dado vida y de haber participado activamente en la
defensa de aquellos valores que constituyen la personalidad urbanística misma
de una ciudad.
A fin de cuentas, Melecio Hernández Pérez hace lo que
cualquier portuense debería cuando aquellos lugares de la infancia o juventud,
de las andanzas y del disfrute común, de la confortabilidad modesta y accesible
a todas las clases sociales, se ven amenazados por la mano destructiva o
especuladora, capaz de aniquilar todos esos valores que los portuenses han ido
haciendo suyos. No solo es haber convivido con ellos sino haberse identificado,
incluso ‘transgeneracionalmente’. Y como tampoco se puede poner en cuestión su
progresismo, su respaldo a los avances sociales, su respeto y tolerancia con
las concepciones modernistas del urbanismo y de las infraestructuras, resulta
que sus opiniones, sencillamente, siempre deben ser consideradas.
Ese trabajo al que hacíamos referencia al principio,
aparecido en canariascnnews.com, pone
de relieve la inquietud de Hernández con respecto a un problema que se agrava:
la cantidad de casas antiguas y solariegas que, por distintas causas, van
cayendo en el más absoluto de los abandonos, de modo que, en su conjunto,
ofrecen una estampa de desidia difícilmente recuperable hasta configurar una
estampa de obsolescencia descuidada de la ciudad, cuyos indudables encantos se
ven de esa forma ensombrecidos hasta adquirir casi -o sin casi- una visión
fantasmagórica.
Para los propietarios se trata de una difícil papeleta. Son
edificaciones poco funcionales, ideadas para otras épocas y otras costumbres o
usos sociales. Además, dadas las características tanto internas como
exteriores, de muy difícil mantenimiento. El hallazgo de usos alternativos
(casas u hoteles rurales, museos o centros socioculturales) depende no solo de
la iniciativa privada sino de las facilidades o condiciones que pueda brindar
la Administración pública.
El caso es que el abandono, la incapacidad o la impotencia
tampoco son un refugio en el que dejar pasar el tiempo mientras se despintan
las paredes, se hunden las techumbres, se deterioran los patios y se degradan
las dependencias interiores… Eso obliga a una inversión costosa si se quiere
rehabilitar.
Y no se trata de que las administraciones -es evidente que
la local, en solitario, poco podría hacer- resuelvan la papeleta o arreglen la
casa a los propietarios. Pero sin su aportación, en forma de planes de
ordenación y de protección y de programas específicos de recuperación,
difícilmente se podrá avanzar en un objetivo muy concreto: preservar el
patrimonio urbanístico, conservar valores patrimoniales que son un bien común.
A ver qué consignan los programas electorales de las formaciones políticas en
esta materia -independiente de la perentoriedad de viviendas sociales- ahora
que está próxima una nueva cita con las urnas.
Melecio advierte mientras tanto: “Al final lloraremos por la
pérdida de valores patrimoniales”. Cuanta verdad.
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