Pasan los meses, las
semanas y los años y el aspecto visible solo empeora. Ya no es fantasmagórico,
abandonado… Su prolongada agonía concluyó hace años, a la espera de una mente
amiga y emprendedora capaz de emprender y canalizar soluciones, si es posible
sin ceder a la especulación… Después de la agonía, viene la ruina urbanística.
Y así, desde fuera, desde cualquier ángulo, lo que se ve, lo que se palpa es la
ruina.
Están dentro de lo que
acuñamos en su día ‘el corazón turístico de Martiánez’, expresión venida a
menos, desde luego, aunque allí siga concentrada la mayor dimensión del parque
alojativo. Los lectores ya lo habrán adivinado: hablamos de dos edificios que
inspiran un inevitable aire de decadencia y desidia, localizados en la acera
derecha descendente de la avenida Familia Bethencourt y Molina. Primero, el
antiguo hotel Martiánez, convertido con el paso de los años en un complejo de
‘time-sharing’ (ocio compartido); y después, el antiguo edificio ‘Iders’, una
comunidad de propietarios azotada por un expediente de aluminosis (degradación
o enfermedad del cemento con que fue construido) y por múltiples trabas para
superar una situación insólita próxima al surrealismo.
Y de la que no puede
culparse estrictamente, por cierto, a las administraciones públicas
competentes. Conflictos internos de la propiedad privada han sustanciado, en
ambos casos, obstáculos que no han desentrañado ni una pretendida entente entre
los afectados ni la capacidad emprendedora y negociadora ni el propio derecho.
Las administraciones hicieron lo que debían: acogerse a las disposiciones de
los planes de urbanismo y ordenación, respetar los contenidos en las
respectivas ordenanzas procurando un exquisito equilibrio para favorecer
siempre el interés general. Solo en el caso del ‘Iders’, cuando se avanzó
ligeramente en la dirección de rehabilitar la edificación, parecía posible una
solución. Que se unen los desacuerdos de la propiedad, la iniciativa, desde
luego, era harto dificultosa.
El caso es que pasan las
semanas, los meses y los años y el aspecto ruinoso de las dos edificaciones se agrava
hasta resultar unos adefesios. Cuando reacondicionaron la avenida, se pensó que
podía ser una excelente ocasión para hacer viable una actuación de reforma que
acabar con una visión fúnebre, tétrica, la que se prolonga y prolonga como
reflejo visible de un proceso de decadencia, aparentemente –ojalá nos
equivoquemos- sin solución.
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