sábado, 11 de julio de 2015

LA RUINA QUE SE PROLONGA

Pasan los meses, las semanas y los años y el aspecto visible solo empeora. Ya no es fantasmagórico, abandonado… Su prolongada agonía concluyó hace años, a la espera de una mente amiga y emprendedora capaz de emprender y canalizar soluciones, si es posible sin ceder a la especulación… Después de la agonía, viene la ruina urbanística. Y así, desde fuera, desde cualquier ángulo, lo que se ve, lo que se palpa es la ruina.
Están dentro de lo que acuñamos en su día ‘el corazón turístico de Martiánez’, expresión venida a menos, desde luego, aunque allí siga concentrada la mayor dimensión del parque alojativo. Los lectores ya lo habrán adivinado: hablamos de dos edificios que inspiran un inevitable aire de decadencia y desidia, localizados en la acera derecha descendente de la avenida Familia Bethencourt y Molina. Primero, el antiguo hotel Martiánez, convertido con el paso de los años en un complejo de ‘time-sharing’ (ocio compartido); y después, el antiguo edificio ‘Iders’, una comunidad de propietarios azotada por un expediente de aluminosis (degradación o enfermedad del cemento con que fue construido) y por múltiples trabas para superar una situación insólita próxima al surrealismo.
Y de la que no puede culparse estrictamente, por cierto, a las administraciones públicas competentes. Conflictos internos de la propiedad privada han sustanciado, en ambos casos, obstáculos que no han desentrañado ni una pretendida entente entre los afectados ni la capacidad emprendedora y negociadora ni el propio derecho. Las administraciones hicieron lo que debían: acogerse a las disposiciones de los planes de urbanismo y ordenación, respetar los contenidos en las respectivas ordenanzas procurando un exquisito equilibrio para favorecer siempre el interés general. Solo en el caso del ‘Iders’, cuando se avanzó ligeramente en la dirección de rehabilitar la edificación, parecía posible una solución. Que se unen los desacuerdos de la propiedad, la iniciativa, desde luego, era harto dificultosa.

El caso es que pasan las semanas, los meses y los años y el aspecto ruinoso de las dos edificaciones se agrava hasta resultar unos adefesios. Cuando reacondicionaron la avenida, se pensó que podía ser una excelente ocasión para hacer viable una actuación de reforma que acabar con una visión fúnebre, tétrica, la que se prolonga y prolonga como reflejo visible de un proceso de decadencia, aparentemente –ojalá nos equivoquemos- sin solución.  

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