Muy
pocas cosas causan asombro en política a estas alturas. Hasta
quienes acuñaron lo de nueva
política,
protagonizan o viven hechos que abundaron en la de prácticamente
toda la vida democrática. Ay, esos vicios tentadores que todo lo
pueden. Pero, bueno: cuando surgen episodios singulares, de esos que
llaman la atención, hay que fijarse en su razón de ser, dar
respuestas a algunos porqués,
aunque luego las
repercusiones sean de perfil bajo o apenas den para dos o tres
subjetividades tertulianas o para esas columnas que leen los fieles.
Un
par de gallegadas, advertidas en lontananza de una campaña en la que
la noticia más repetida ha sido el triunfo en las encuestas por
mayoría absoluta del candidato popular, Núñez Feijóo. Poco se ha
reparado en que en la cartelería y otros soportes de campaña no
aparezcan los logos del Partido Popular. Cada organización es libre,
desde luego, de exhibir a su manera, la que más le convenga, sus
señas de identidad. Y si éstas son suprimidas, se puede argumentar
y allá las evidencias; total… Cuando no se pone el logo en vallas,
carteles o trípticos, alguna razón habrá. Pero a una buena parte
del electorado, eso le da igual. Un compañero de antiguas lides
televisivas, se refirió al hecho en vísperas de unos comicios
municipales, como una forma de que no se identificara a los
candidatos socialistas con el partido de ZP, decía él. No sabemos
si ahora mantiene el mismo criterio. El candidato del PP a la
presidencia de la Xunta zanjó días pasados la cuestión: “Todo el
mundo sabe que soy el candidato del Partido Popular”.
La
otra gallegada: el socialista Abel Caballero, alcalde de Vigo, ha
hecho, en plena campaña, una declaración pública de lo más
insolidaria. En referencia al candidato del PSdeG, Xoaquín Fernández
Leiceaga, ha dicho: “No es mi candidato ni mi lista”. Por
supuesto, Caballero no participa activamente en la campaña ni aboga
públicamente por Fernández, ganador de unas controvertidas
primarias, reflejo de las pugnas intestinas del socialismo gallego
desde que se empeñaron en liquidar a Juan Carlos Touriño. El
alcalde vigués se queja de que no le han pedido opinión ni ayuda.
Por todos esos motivos, y porque ha concentrado todos sus afanes en
ser reelegido (“solo un objetivo, por encima incluso de mi partido:
Vigo”), Abel Caballero, disconforme con resoluciones orgánicas,
protagoniza una de las conductas más insolidarias e inapropiadas que
se recuerda. Con hechos así, ¿es de extrañar que su partido siga
retrocediendo, Núñez Feijóo amase una nueva mayoría y el
nacionalismo galego
gane respaldos y
peso político en aquella comunidad?
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