lunes, 30 de enero de 2017

LIBERTAD DE PRENSA AMENAZADA, DEMOCRACIA TAMBIÉN

Parecía que nunca escribiríamos esto, al menos ciñéndonos a los Estados Unidos de América (USA), pero los hechos más recientes, desde que Donald Trump y sus portavoces han accedido a la Casa Blanca, dan a entender claramente que la libertad de prensa, cuando menos, corre peligro. Algunas expresiones, tanto del presidente como del secretario de prensa, Sean Spicer, y del principal asesor de Comunicación, Stephen Bannon, sin olvidarnos de otra asesora ejecutiva, Kellyanne Conway, no dejan lugar a dudas: están en guerra con los medios, quieren la confrontación, están dispuestos (o eso se colige) a todo, riesgos incluidos.

Parecen no perdonar los antecedentes, que es tanto como decir, ha sonado la hora del desquite, lo que, en un contexto de populismo, nacionalismo y demagogia, alentado por muchos factores, tiñe de incertidumbre los derroteros de la política yanqui y, por consiguiente, su influencia en todo el mundo. Estemos atentos en Europa y a las democracias occidentales donde, por mucha fortaleza institucional que atesoren, las amenazas a corto plazo, evidencia de radicalismos extremistas y xenófobos, son cada vez más inquietantes.

El caso es que el beligerante Trump y su estado mayor no regatean improperios y dicterios hacia el ámbito mediático. Entre las descalificaciones y los reproches, figuran la deshonestidad. Es difícil digerir que todo esto provenga de un sistema democrático y de libertades como es el norteamericano. Las protestas no se han hecho esperar: las de los medios, las de las mujeres injustamente aludidas, las de los extranjeros conminados a marcharse o a no poder traspasar las fronteras y hasta de los primeros jueces que han dicho, cuidado, estas no son formas de conducirse y han empezado a frenar el desaguisado.

A Trump le sitúan, además, en la cultura mediática de la postverdad, de suyo natural antagonista del periodismo auténtico. Ese estado mayor comunicacional estalló, con expresiones tales como “datos alternativos” o poniendo en tela de juicio los cálculos de asistentes a su toma de posesión, “cuando fue la concurrencia más grande de la historia y punto”. (El autoritarismo: eso sí que es otro punto aparte). Seguramente porque son conscientes de que dependen directamente de los sectores y de la ciudadanía que confía ciegamente en ellos, necesitan fijar un enemigo, declarar hostilidades, sembrar todo tipo de obstáculos, hostigar sin miramientios y fomentar los recursos afines que puedan manejar a su antojo y así calar informaciones y mensajes entre adeptos, incondicionales y votantes, sabiendo que siempre habrá opción de captar unos cuantos.

Todo dependerá de la resistencia. Sostienen algunos estudiosos que, al ser (por ahora) bastante débil en la opinión pública el apoyo al presidente, la posición de los medios se ve aún fortalecida. Pero todo hace vislumbrar que la guerra se va a prolongar, que Trump no retrocederá y que usará su poder ejecutivo para sofocar el periodismo crítico. El sesgo autoritario de Trump también juega. Eso hace fruncir el ceño: si la libertad de prensa está amenazada, la democracia también.

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