El inusitado
éxito editorial de un libro -ocho ediciones en pocos meses- del que
es autor el profesor italiano Nicola Gardini ha resucitado al latín,
si es que estaba liquidado, hecho del que cabe dudar a la vista de la
cantidad de expresiones que se utilizan e intercalan en textos y
formulismos de muy distintos ámbitos. Dice algún crítico que el
libro, en sí mismo, es una provocación pero lo cierto es que el
debate para aceptar al latín como lengua oficial de la Unión
Europea (UE) parece abierto. Lo que son las cosas: los ingleses, a
punto de marcharse de la estructura -no dicen que se llevan su
idioma- y los analistas contrastan cómo la lengua fundacional de su
cultura lleva camino de convertirse en un soporte esencial quién
sabe si para reafirmar la identidad, justo ahora que los escépticos
van in crescendo -¿lo
ven?- y los problemas de la propia UE se complican.
Nos
enseñaron que se hablaba en la región del Lacio y que se extendió
por todo el imperio romano, de modo que se le sitúa como el origen
de las lenguas románicas. Hasta la Edad Moderna, fue lengua de
cultura. Muchas veces se nos remarcó lo de lenguas clásicas -junto
al griego- y hasta en la terminología estudiantil era frecuente
escuchar lo de ‘lenguas muertas’. El bachillerato de letras de
entonces, desde luego, tenía en el latín una asignatura de
referencia. “Gallia omnis divisa est in partes tres”, conservamos
de Julio César en De bello Gallico y
como ese primer pasaje, muchos otros, hasta La
Eneida, de Virgilio, traducida ya en
preuniversitario. Declinaciones, las cuatro conjugaciones, los verbos
irregulares, raíces y desinencias, la ordenación… Hubo, en el
caso personal, excelentes profesores entonces y a cuya memoria van
dirigidas estas líneas: Maruja Martín Real, Alfonso Trujillo
Rodríguez (en Segunda Enseñanza del Puerto de la Cruz) y Orencia
Afonso de la Rosa, en el colegio San Agustín de Los Realejos, ambos
centros desaparecidos. El latín sirvió de mucho, desde luego, para
reafirmar la vocación por las letras.
Hay
que agradecerle al profesor Gardini esta insólita recuperación de
la lengua de Séneca y de Cicerón, que, al cabo de los años, fue
instaurada por ley en nuestro país como asignatura troncal del
bachillerato. No sabemos si Europa terminará hablando latín -es
memorable el episodio de la salutación en esa lengua entre el Papa
Juan Pablo II y el entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván-
pero, aunque suene retro, no parece una extravagancia y seguro que
contribuye a expresarse mejor, que buena falta hace, y a disponer de
un instrumento de comunicación extraordinario, no menos necesario.
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