viernes, 6 de abril de 2018

CHARANGA Y PANDERETA

Los dos hechos que han agitado la convivencia española durante esta semana, hasta el punto de eclipsar asuntos tales como los vaivenes de las aspiraciones soberanistas de una parte de los catalanes y sus derivadas judiciales, el tira y afloja de la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) y los inexorables avances en la resolución judicial de las obscenas tramas de corrupción, acentúan la desazón de una sociedad que apenas se acuerda de los valores que tuvo y contempla, entre la indignación y el pasotismo indolente, la evolución de la charanga y pandereta, con permiso del poeta.

Los dos hechos, decíamos, la tensión vivida entre componentes de la familia real a la salida de un oficio religioso cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo monárquico y republicano, y las oscuras incógnitas que envuelven el ya célebre máster de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, han generado la controversia que, para mal, termina dañando la seriedad y el respeto que hay que ganarse con obras y comportamientos bien distintos, así como mermando la credibilidad y la confianza que las instituciones -especialmente la universitaria- y su funcionamiento deben acreditar en todo momento so pena de ir sumiéndose en el desprestigio.

Entonces, no es que el personal pierda perspectiva sino referencias. Hace tiempo que, en el ámbito social y político, ha ido alejándose de todo progresivamente. Hasta el crecimiento económico, beneficiario principalmente de las clases pudientes, ha favorecido su indiferencia y su desafección. Los medios y las redes hacen el resto del trabajo. El socorrido tópico de la 'marca España' también se resiente (el tópico y la marca, claro). Las audiencias millonarias de las transmisiones deportivas televisadas revelan claramente cuál es el refugio, cuáles son las preferencias de la gente.

Y cuidado, porque las consecuencias de los problemas que laten, no es que sean imprevisibles, que también, pero cabe pensar que engrosen el fastidio y el escepticismo de mucha gente. Una sociedad que se va desmotivando porque contrasta que la tirantez familiar no se resuelve donde hay que hacerlo y da pie a que se haga visible sin freno ni remedio; y porque algo tan serio como la obtención de una titulación universitaria se presta a las más insondables componendas, hasta hacerla diluir en las coordenadas políticas que son manejadas a conveniencia. Con lo fácil que hubiera sido, por cierto, poner blanco sobre negro esta desesperanza del dichoso máster. No ocurrió así porque Cifuentes y los suyos no quisieron, no supieron y no pudieron despejar con claridad, en las primeras veinticutaro horas, las incógnitas que se multiplicaban. Tanta apelación a la transparencia para que luego asistiéramos al esperpento oscurantista.

No se merecen la institución y la comunidad universitaria sufrir estos quebrantos trufados de irregularidades o suspicacias y supeditados a intereses políticos personalistas. Tenemos pruebas de cómo se resuelven situaciones parecidas en otras democracias, sin necesidad de llevarlas al límite como aquel ministro del Reino Unido que puso el cargo a disposición del jefe del ejecutivo por la descortesía de haberse retrasado en sede parlamentaria dos minutos, dos, en la respuesta a una diputada de la oposición. Simplemente, con no poder demostrar lo contrario de lo que se imputa, ya basta.

No se merece esta sociedad, en fin, tener que asistir, más o menos cíclicamente, a bochornos, desaguisados y escandeletes que, además de reñir con la educación y la ética, prosiguen minando principios, credibilidad y confianza. Que sean conscientes quienes protagonizan estos absurdos, tamañas inconsecuencias. Mientras tanto, un problema político-territorial de cuidado y unas pensiones de muy incierto recorrido. Por citar algo, no más.

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