viernes, 16 de octubre de 2020

LENGUAJE PROCAZ Y TABERNARIO

 

Los políticos deben extremar el cuidado de sus declaraciones públicas (y ya puestos, hasta privadas), de sus conductas, de sus gestos y de sus apariciones. Algunos episodios recientes demuestran que hasta parecen ignorar que hay una cámara o un magnetofón grabando y que la difusión posterior puede acarrearles disgustos o críticas difícilmente superables.

Podrán justificarse diciendo que son víctimas de sus prontos, de un deslenguamiento sobrevenido y hasta de una necesidad de defenderse ante la arremetida de un adversario basto y procaz que llegó a emplear algún embuste en su exposición, pero salvo que tire de fina ironía y construya bien un par de sarcasmos –es que con uno difícilmente basta-, los riesgos de quedar estigmatizado por alguna ‘boutade’, son considerables.

Lo peor es que esa frases fomentan el encono y favorecen ese clima de crispación que, a su vez, impulsan la desafección que tan fácil es adivinar en cualquier ambiente político, institucional o partidario. Los malos modos se han ido imponiendo progresivamente, es difícil encontrar excepciones y las refriegas –lo que en fino, y acaso para suavizar, se denomina rifirrafes dialécticos- han terminado caracterizando lo que, en teoría, debería ser el debate político.

De ahí que sea fácil pasar de la natural discrepancia –ideológica o de modelo dispar- a la descalificación o al insulto. Quienes recuerden aquel “tahúr del Missisipi” que Alfonso Guerra dedicó en un debate parlamentario al entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, pensarán hasta en una expresión benevolente, ocurrente y sandunguera si la comparan con algunas de las que en estos días utilizan portavoces y cargos públicos --“atmósfera irrespirable”, dijo una diputada en la última sesión de control- empeñados en palabras gruesas, faltonas e inapropiadas –en definitiva, dicterios- que verbalizan lo que simplemente es mala educación o incapacidad argumental.

Cuando desde el plano político se salta al pseudoperiodístico o al estrellato de la comunicación individualizada que ha de subsistir gracias al aumento del protagonismo buscado o de la servidumbre de intereses, el panorama se torna desolador, allí donde se encuentran la degradación, la desfachatez, la malcriadez y la desvergüenza, para que sufran los valores democráticos, para que la gente pierda la fe y las convicciones y para que la conclusión injustamente generalizada, “todos son iguales”, termine asentándose en las coordenadas políticas de cualquier nivel, alimentando el rechazo hacia los cargos públicos y el noble arte de la política y produciendo de paso la desazón que distingue a una democracia de baja calidad.

En Canarias, recientemente, hemos sido testigos de hechos, manifestaciones y dichos desafortunados. Hay que lamentarlo. Cuando se confunde la dialéctica punzante o audaz con el lenguaje tabernario, malo.

2 comentarios:

TF-TURÍSTICO E INNOVADOR dijo...

Muy buena aportación.

Tere Coello dijo...

La política, -y con ella los políticos y políticas-, parece que se haya trasladado de los respectivos parlamentos a las salas de chat de las diferentes redes sociales.
Pareciera que nuestros representantes se han dejado conquistar por el número de "likes" y "retuits" obtenidos tras su más que cuestionada oratoria, sabedores que cuanto peor mejor, cuanto más soez es el comentario más interacciones tiene en los medios de comunicación, en las barras de bar, en la calle o en las redes.
Y claro, cuando lo que importa es que hablen de uno o una, de tal o cual partido, sin importar si es bueno o malo, tenemos estos esperpentos de debates que solo contentan a los egos insuflados de quienes vomitan semejante "oratoria" y a quienes se ven representados en ellas.