Bueno, pues todo da a entender que
se acabó lo que se daba. El gobierno local del Puerto de
la Cruz (CC+PP) materializará en el próximo pleno los acuerdos para proceder a
la supresión de la Universidad Popular Municipal ‘Francisco Afonso’ y la
Escuela Municipal de Música. El Museo Arqueológico Municipal lleva también
camino de desaparecer aun cuando habrá que aguardar a ciertos matices. La lista
de pérdidas sigue engrosándose.
El
proceso ha discurrido con mucha pena y sin ninguna gloria. La pena de comprobar
cómo ni siquiera los empleados que ven peligrar sus puestos de trabajo han
expresado su rechazo. Salvo puntuales manifestaciones de los grupos municipales
de oposición, aquí nadie ha dicho nada, por lo que difícilmente podía esperarse
una reacción popular de protesta o similar. Duelen poco estas cosas, que son
propias y que tanto esfuerzo costaron: si una sociedad no es capaz de defender
los valores que fabricó, poco puede esperarse de ella. Podría insistirse en lo
de pueblo anestesiado, alienado; pero a estas alturas de poco va a servir.
Nunca para un alcalde democrático hubo un mandato tan convulso y tan agitado,
con decisiones estructurales tan determinantemente negativas, traducidas en una
gestión tan plácida y sin apenas contestación. Pero los trabajadores y los
portuenses lo han querido así, en pleno naufragio del interés general y político,
y así pierden opciones, prestaciones y valores. Ha sido la prueba del nueve, la
consumación del desafecto difícilmente reversible.
De
modo que echándole la culpa a Madrid (curiosa manera de descargar
responsabilidades, cuando en realidad es el pretexto ideal para contrastar la
nula voluntad política de querer mantener unos servicios públicos que,
vinculados a la formación, la participación y la cultura, exigirían otra
actitud), se sustancia el adiós, la liquidación… Claro, cuando no se cree en
los factores que, entre otros, alimentan la democracia y los avances sociales,
no hay que extrañarse.
Parece
que en el gobierno local hay un denominador común: que estos servicios no son
esenciales, según llegó a trascender días pasados en redes sociales. Pero
desengañémonos: el debate no dio para mucho, como si estuviera cargada de razón
la infortunada consideración del ejecutivo municipal.
Pero
no es así y hay que decirlo con la mayor claridad posible: en la denominada
sociedad del conocimiento, en el marco de las exigencias sociales y de los
avances sociales del siglo XXI, todo lo que sea restar oportunidades a la
formación es un retroceso, un paso hacia la involución. Dirán que no quieren
una ciudadanía dócil ni embrutecida ni reducida a la mínima expresión ni
desmotivada (para que no dé la lata, políticamente hablando), pero con
restricciones o cierres como los que nos ocupan, avanzan en esa dirección.
Decir
a estas alturas que la formación no es esencial chirría, resulta estruendoso.
No luchar para defenderla revela escaso o nulo compromiso público. No ofrecer
alternativas demuestra poca imaginación.
Desde
luego, podrán presumir, no mucho, de otras cosas. Pero a la historia pasarán
como quienes no dieron una oportunidad a la formación, a la cultura y a la
participación.
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