Apenas se echan de menos
las celebraciones de los primeros aniversarios, las que con toda modestia
trataban de proporcionar un aire popular al significado de la fecha. Pero
tenían su valor. Concursos de dibujo, de redacción, montajes escénicos, conferencias,
hasta verbenas… El caso era que había que identificarse con la Constitución,
uno de los hitos de la moderna historia de España. Y en aquellos años,
cualquier cosa, mínimamente bien pensada y ejecutada, valía. Con el curso del
tiempo, aquellas iniciativas dejaron paso a otras acaso menos participativas y
empezaron a quedar circunscritas a ámbitos estrictamente institucionales. Ni
siquiera se llevaban a cabo en la misma fecha del aniversario. Y es que el
carácter festivo se apoderó de todo, no digamos si encajaba cómodamente en el
almanaque. 6 de diciembre, fiesta y punto. Viaje o cualquier otra forma de
asueto.
Y así, progresivamente, se perdió el ánimo de conmemorar la
aprobación por el pueblo español de la Constitución de 1978.
Luego, en plena fase de desafección hacia la política en
general, hay que conceder la importancia que merece este nuevo 6 de diciembre,
treinta y cinco años cumplidos de la histórica fecha. Hay que madurar y
perfeccionar los valores constitucionales. Convenimos, desde luego, en que hay
que actualizar la Constitución para que siga siendo una referencia primordial
en nuestra convivencia, para que siga siendo respetada y tan útil como hasta
ahora.
En ese sentido, es necesario acometer una revisión de la
Cartamagna con una clara voluntad constructiva de soluciones a los problemas y
las demandas de la ciudadanía. Y sobre todo, de fortalecer la unidad en la
diversidad, porque esto es lo que consagra el texto constitucional. No es
descabellada, por tanto, la idea de un modelo federal para seguir juntos. Para
seguir respetando la identidad de las distintas comunidades, sus
singularidades, sus hechos diferenciales, su institucionalidad… Y por supuesto,
para asegurar la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de sus derechos
sociales básicos.
La experiencia acumulada y la visión de futuro serán
determinantes para afrontar esa reforma, del alcance que sea. Las exigencias de
la sociedad de nuestros días y sus expectativas para superar las dificultades
de un ciclo crítico obligan a un ejercicio de predisposición política y
tolerancia. Sobre todo, para preservar lo que junto, entre todos, hemos
logrado.
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