Participar en redes sociales con
regularidad equivale a ir descubriendo figuras, usos y técnicas que van
caracterizando su propio desarrollo y hasta influyendo en su incidencia
mediática.
Es
lo que ha sucedido con los denominados ‘trolls’, un término que terminará
siendo común a la vista de la importancia que van cobrando en la evolución de
las propias redes. Un ‘troll’, para que nos situemos, según definición del
profesor de la Universidad de Chicago, Timothy Campbell, es quien siente placer
al sembrar discordias en la red. “Intenta iniciar discusiones y ofender a la
gente”, precisa el mismo autor. Álvaro Reyes, periodista peruano especialista
en redes sociales, en clasesdeperiodismo.com,
concreta más al remitirse al periodista Marco Sifuentes: “Un troll es el
usuario que participa en una discusión on line, con mensajes deliberadamente
provocadores con la intención de interrumpir o desviar el curso del debate”.
Favorecida
su proliferación por el relativo anonimato de la red, es indispensable tener en
cuenta que, para el ‘troll’, los demás usuarios son una suerte de abstracción
digital, carecen de sensibilidad. Son “seres” predestinados a causar daño, a
incordiar o molestar, luego hay que toparse con cualquier reacción, incluso la
menos atemperada, pues consideran que no están sujetos a regla alguna de
cortesía o a prejuicios de responsabilidad social. Poco menos que pueden hacer
lo que les venga en gana. A medida que madure el papel del ‘troll’, y hasta que
se resuelva o decida en algún sitio qué hacer con él, estamos ante un
provocador nato. Hay especialistas que se han apresurado a considerar que es un
mal inevitable y que es un riesgo con el que hay que convivir.
Pero el
asunto empieza a preocupar y ya hay posicionamientos beligerantes. Es la
fundadora del Huffington Post la que
promueve una campaña contra el ataque indiscriminado de los ‘trolls’. Quiere
evitar el hostigamiento y las amenazas hacia los periodistas por parte de
usuarios de redes que se esconden tras el anonimato. Como valor añadido, sitúa
el fomento de una cultura de reflexión en una comunidad, partiendo de que el
diálogo y el intercambio de criterios son el mejor camino para llegar a
acuerdos o soluciones.
Arianna
Huffington estima que el periodismo no debe permitir ningún tipo de
intimidación en Internet, por lo que recomienda intervenir en casos de malas
prácticas que, según Reyes, “buscan amedrentar la libertad de prensa y, claro
está, confundir a la opinión pública”. El mismo autor considera que combatir a
los ‘trolls’ no beneficiará solo a los periodistas sino que la audiencia
también saldrá ganando.
Como una medida
inmediata, el citado Huffington Post impidió
la publicación de comentarios anónimos en sus foros, obligando a identificarse
debidamente a toda persona que quisiera participar en un debate o una discusión. Algunos medios convencionales, en el pasado,
ya actuaron de forma parecida con la sección ‘Cartas al director’,
exigiendo resguardar la autenticidad del
remitente aunque luego firmara su texto con seudónimo.
Y aunque sea difícil
identificar o desentrañar a los ‘trolls’, ante los perjuicios evidentes que
pueden causar y las tentaciones claras de que ‘trollear’ se convierta en una
práctica remunerada, lo cierto es que la proliferación aludida aconseja
disponer e integrar en las redacciones de la figura del moderador de blogs y de
foros digitales, en definitiva, un responsable de comunidades o grupos de
usuarios que, sin ánimo censor o de fiscalizador estricto, detecte una
intencionalidad desnaturalizadora, una perversión que puede llegar al hostigamiento
del periodismo noble y de sus géneros más apreciados. O sea: prevenir antes que
curar.
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