Antes, en las situaciones de
crisis, los socialistas debatían internamente, sellaban los dientes, apelaban a
la sensatez e invocaban el prurito de la responsabilidad histórica para salir
del trance. Incluso, mientras la interesada lluvia mediática arreciaba, se
encomendaban a un intangible sexto sentido que tenía mucho que ver con la
madurez, la visión del día después y la experiencia individual y colectiva para
salir del trance.
Ahora, como que no es así. Sobra ruido y falta sosiego. A
largar. Tal es así que un conspicuo dirigente federal, el vasco Patxi López, no
se ha cortado un pelo al afirmar que el PSOE está dando, desde la noche
electoral, un espectáculo lamentable. Ni una prueba tan democrática como es el Comité Federal, máximo órgano
entre congresos, con medio de centenar de intervenciones registradas -¿en qué
otra organización hicieron análisis similares que hayan trascendido?- sirvió
para aparcar discrepancias y asperezas. Ni tan siquiera esa resolución en forma
de propuesta de ocho acuerdos, aprobada por amplia mayoría y orientada a la
gobernabilidad de la nación, cobró carta de naturaleza para el intercambio
correspondiente que va más allá de la periodística encrucijada de mensajes.
Y miren que contenía hechos sustantivos, dignos de que
quienes se sienten a negociar, si llega el caso, los estudien con detenimiento:
un gran acuerdo para la recuperación justa, la reconstrucción del Estado del
bienestar para hacer frente a la desigualdad y la pobreza, un pacto por la
educación, la ciencia y la cultura, otro de amplio espectro sobre la violencia
de género, dos grandes consensos por Europa y por la regeneración institucional
y política, la revisión del Pacto de Toledo para garantizar las pensiones y
afrontar, entre todas las fuerzas parlamentarias, la reforma constitucional.
Pero todo eso, prioridades y condiciones al margen, no ha
sido suficiente y no gozó de estima inicial. Así, el socialismo español lame
sus heridas tras el peor resultado histórico. El liderazgo de Pedro Sánchez -acaso
lastrado por errores propios y por palpables tensiones intestinas y acribillado
de forma inmisericorde desde algunas tribunas- no creció lo suficiente. Nunca
debió anteponer la reelección al interés general: eso no le interesaba a la
ciudadanía. El resultado es el de López: unas discordias al borde del cisma. Le
han venido tan bien al Partido Popular y al candidato Rajoy que apenas se ha
hablado de un auténtico descalabro electoral de éstos y de las causas que lo
han inducido. No digamos del fiasco de Ciudadanos y de los disfraces de Podemos
-alguno tan absurdo como la propuesta de un independiente para presidir el
ejecutivo- en tanto los nacionalismos se quedaban sin sitio en el espectro
político.
Superadas las celebraciones de estos días y con la
gobernabilidad convertida en un jeroglífico de La Codorniz (es más fácil
encontrar rosas en el mar, con permiso del poeta), los socialistas parecen
hacer caso omiso de las diferencias internas que tienen un hueco en su
particular historia. Como si no hubieran sido bastantes algunas costosas
consecuencias, ahora les toca exhibir músculo democrático y acreditar más
madurez que nunca. Porque cualquiera de las soluciones que se atisba es
complicada.
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