No es que hubiera fenecido
del todo, pues para eso siempre hubo
encargados de impedirlo, pero el virus del insularismo, aquel que
inoculó de forma preocupante en el tejido social canario, amenazándolo con
impedir su vertebración y su desarrollo armónico, ha vuelto. Como con otras
cosas en un país todavía llamado España, el retroceso es palpable: todo se
concibe, se hace y se defiende en clave insularista. La isla, por encima de
todo.
Y así no es de extrañar que Canarias flaquee. Los intereses
económicos, los egoísmos y la insolidaridad, la carencia de una visión global
del territorio fragmentado, están causando estragos. Los agentes empresariales
y sociales, los partidos políticos, los primeros responsables institucionales y
los medios de comunicación acusan los efectos del virus. Se seguirá hablando de
Canarias como aspiración, como idea principal o como suma de valores comunes
para pugnar por metas beneficiosas para todos pero hay algo más poderoso que no
deja cuajar una realidad que poco tenga que ver con rivalidades trasnochadas o
desequilibrios patentes.
Se sabía que no iba a ser fácil. De aquellos eslóganes de la
primera andadura autonómica (Canarias es posible, Canarias es necesaria…)
apenas queda un recuerdo que, eso sí, puede ser rescatado. Se sabía que el
camino iba a ser largo y podía resultar tortuoso. Un cambio de enfoque, de
mentalidad, de concepción del territorio y de proceso social e institucional no
se despacha en tres legislaturas ni en una docena de debates ni en unas cuantas
iniciativas de comunicación en ocasiones señaladas. Algo se avanzó, algunas
cosas se superaron, la implantación en todas las islas tuvo razón de ser, algunas
medidas tuvieron esa necesaria dimensión regional…
Pero ha rebrotado la visión alicorta de los límites están en
cada isla. Ahora se vuelve a hablar de ‘y yo menos’ o ‘hasta cuándo todo para
las islas capitalinas’. El afán de predominio, el victimismo y el complejo de
inferioridad también han alentado el pleito insular que, todo lo más, estaba de
parranda. Ahora resurge para enturbiar relaciones y distorsionar proyectos
políticos. Para que los presidentes de cabildos se parapeten y acentúen su
defensa de la isla a la que se deben, de acuerdo, pero sin perder de vista su
condición de instituciones de la Comunidad Autónoma que les obliga a contemplar
unos horizontes más allá de sus lindes y evitar, de paso, las tentaciones
intransigentes y caciquiles.
Canarias anda agitada porque el insularismo ha vuelto.
Aunque buena parte de la población pasa de política y prefiere sus romerías,
sus fiestas y sus costumbrismos. Pero los riesgos de un retroceso son
evidentes. Lo que viene ocurriendo invita, cuando menos, al escepticismo. Y
hacen falta algo más que gestos para combatir el virus con eficiencia y retomar
la senda de la vertebración canaria.
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