martes, 5 de julio de 2016

EN AQUELLA CASA DEL MIRADOR



A Margarita Rodríguez Espinosa le gusta muy poco prodigarse en público pero hace unos trabajos redondos sobre los valores históricos y literarios del Puerto de la Cruz. Lo volvió a acreditar en el salón de plenos con su conferencia titulada “La casa del mirador de la calle Venus” (hoy Iriarte), donde vivió Agustín Espinosa García, el escritor, una figura clave y decisiva en el desarrollo de la vanguardia literaria en las islas y en la implicación de Canarias con respecto al movimiento surrealista internacional.
Flanqueado por el profesor José Javier Hernández García y por Agustín Espinosa Boissier, hijo del escritor -ambos leyeron algunos fragmentos de sus textos-, la conferenciante nos acercó a la dimensión de Agustín Espinosa, pormenorizando su biografía y su trayectoria literaria. Tan ameno fue el relato, ilustrado con fotos, textos y reproducciones, que terminó sabiendo a poco, pero lo suficiente para volver a admirar la obra de un autor que incursionó y brilló en todos los géneros.
Margarita Rodríguez Espinosa, consciente de que Agustín cita pasajes y escenarios de infancia y adolescencia en distintas obras, prefirió arrancar allí, en aquella casa:

«Aquí en el Puerto de la Cruz, nací yo, en una casa cuyo mirador estoy viendo mientras te escribo, tan alto casi como la torre de la iglesia. Aquí, por estas calles, callejones y callejas, he correteado y he palanquineado hasta los doce años, como lo hace ahora mi hijo. Es un pueblo que tuvo, como yo, su historia. Que vive, como yo, también de recuerdos. El mar le canta y arrulla diariamente como una madre a un niño inválido, y de noche le cuenta, con voz de trueno, cuentos de brujas, trasgos y cosas de Tócame Roque que hacen más silencioso y duro el sueño.»

Hay algunas frases de este fragmento muy válidas para entender sentimientos actuales de los portuenses. Son muchos, en efecto, los que viven de recuerdos. El caso es que Agustín Espinosa García-Estrada, el autor de Crimen, Lancelot 28º 7º y Media hora jugando a los dados, el director de La rosa de los vientos, tiene un lugar destacado en la pequeña gran historia del municipio. Pero debería ser más conocido. Probablemente, en otro sitio, se hubiera ensalzado más su estatura literaria, su figura, tan decisiva como dijimos, en el fenómeno surrealista que tuvo en Canarias, en los años treinta del pasado siglo, una destacada plataforma.
Por eso, se agradecen aportaciones como la de Margarita Rodríguez Espinosa, no solo válida para acercarnos a su figura y a su obra, para redescubrirlas, sino para impulsar alguna iniciativa que deje constancia, más allá de una placa recordatoria en el exterior del edificio de viviendas que ocupa su casa en la calle Venus, hoy Iriarte, de la inmensidad del escritor, como bien se han encargado de perpetuar en otras latitudes. Ya el propio autor, fiel a su estilo, parecía anticipar lo que sucede:
 
«La ISLA aísla mucho más de lo que en realidad parece. Y tanta agua azul, honda y áspera por medio. Luego yo no sigo mejor. Cada vez tengo menos humor y menos fuerza. Me fatigo por todo y hasta hablar me cansa. Soy una isla más dentro de la isla. Una isla en régimen de ulceroso y hambre de bienestar y noches durmiendo.»

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