sábado, 11 de agosto de 2018

CANDELAS, ENTRE EL GEMIDO Y LA TROVA (I)

Texto del pregón de las fiestas 2018 en honor a la Virgen de Candelaria, leído en el Ayuntamiento de la localidad el miércoles 8 de agosto. Está dedicado a la memoria de Juan José Acosta de León, empleado público de dicha institución. Se titula Candelas, entre el gemido y la trova.

"Sólo sé, de manera definida
que en esta noche de la duda incierta,
tengo una puerta que orienté a la Vida
y una ventana a lo Infinito abierta..."

Sirva este pensamiento poético del escritor y periodista tinerfeño Luis Álvarez Cruz para que el pregonero agradezca, en primer lugar, la oportunidad de serlo; y afronte el trance con decidido afán tanto de estar a la altura de las exigencias de lo que la fiesta simboliza como de corresponder a quienes la preparan con tanto esmero: al pueblo candelariero.
Alcaldesa, prior, señoras y señores capitulares, dignísimas autoridades, representaciones, amigas y amigos:
Conste que la puerta no es para llenar de vivencias personales y utilitarismos nostálgicos un cometido que asumimos con el entusiasmo y la responsabilidad que se aceptan estos encargos. Todo lo más: admitan que el relato será otra prueba de la vocación latente para plasmar ideas y contar cosas. Es la puerta orientada a una existencia muy pegada al oficio, alternado con el ejercicio de responsabilidades públicas en distintas instituciones que, aunque parezca paradójico, fortaleció aquél, el oficio, labrado en un aprendizaje permanente que nos ha llevado a recorrer caminos y escenarios en pos de conocer mejor la historia, el costumbrismo, los sentimientos y la idiosincrasia de los pueblos.
La ventana al Infinito, pues, está abierta. Desde ella, contemplamos el Soneto del sur, del mismo Álvarez Cruz:

Primero fue la tierra, la tierra ensimismada
en un sueño grandioso y un parturiento afán;
la tierra interminable, generosa, sagrada:
la que nos da la vida, el reposo y el pan.
Tal como ésta del sur, que arde al sol, impregnada
del sudor de los hombres que por la historia van
trazando, surco a surco, la leyenda dorada
cuyo héroe asume la forma de un titán.
Canta el agua en la acequia. Quema el sol en la altura.
El hombre de estas tierras sabe el hambre y la hartura
del pegujal arisco que escarba con tesón.
Hombre del sur, ¿qué siembras en la heredad que labras?
Siembras algo inaudito que tiembla en mis palabras
¡porque tú echas al surco tu propio corazón!”.

Desde la ventana, nos asomamos a los hitos que tan admirablemente glosara en su obra investigadora y de cronista el profesor universitario Octavio Rodríguez Delgado cuya antología de textos descriptivos, recogida en La evolución de un municipio a lo largo de cinco siglos, constituye la primera entrega de la colección bibliográfica Crónicas de Candelaria.
Desde la época aborigen hasta la aparición de la Virgen, el aluvión de 1826 que arrambló el castillo de San Pedro y la primitiva imagen, el último incendio de 1789 que destruyó el convento y la basílica, la construcción de ésta, romerías, fiestas, costumbres y promesas infinitas, la peregrinación perdurable..., la duda incierta se va despejando ante los testimonios escritos y orales que nutren la historia de Candelaria.
Hay una bendición celta: “Que el camino salga a tu encuentro. Que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te sostenga suavemente en la palma de su mano”.
El pregonero también es peregrino. Igual que el cristiano que se dirige a Lourdes, o quienes van a Santiago de Compostela, o el musulmán de camino a La Meca, o un hindú hacia Ganges, hay tanto que descubrir. Nos emplaza el periodista y político peruano Ricardo Palma: “Cumple con la gratitud del peregrino, no olvidar nunca la fuente que apagó su sed, la palmera que le brindó frescor y sombra, y el dulce oasis donde vio abrirse un horizonte a su esperanza”.
Peregrino del norte insular, como debió sentirse la inquieta viajera y escritora irlandesa, Olivia Stone quien, durante nueve meses, acompañada de su esposo, recorrió todas las islas. Sus impresiones quedaron reflejadas en Tenerife y sus seis satélites, libro publicado en Londres en 1887. No visitó Candelaria, apunta Rodríguez Delgado, pero aludió a la localidad:
“Cuando Diego de Herrera -escribe- vino a Tenerife en 1464, se llevó a un joven que, tras ser instruido en la religión católica, se convirtió en devoto de la Virgen. Posteriormente, cuando Herrera viajaba entre las islas, este guanche, bautizado con el nombre de Antonio, sintiendo aparentemente deseos de regresar a su hogar, logró escaparse. Inmediatamente informó a sus compatriotas de que la imagen que habían adorado durante tanto tiempo sin saberlo, era, en realidad, la Virgen María. De aquí surgió, sin lugar a dudas -es la tesis de Stone- la idea de que los guanches ya adoraban a la Virgen antes de la conquista”.
Otra peregrina procedente del norte tinerfeño, la poetisa y escritora cubana, académica Dulce María Loynaz, premio Cervantes de Literatura en 1992, residente en la isla en la segunda mitad del siglo XX, nos traslada hasta la Candelaria de entonces, cómo se llegaba, cómo se desenvolvían los peregrinos:
“El camino va por el sur, que es tierra fragosa metida entre barrancos y cráteres más o menos apagados; pero hoy -detalla la fecha del 15 de agosto- el paisaje cobra súbita vida animado por el desfile de automóviles y carretas engalanadas, con palmas, campesinos cabalgando en camellos lentos y gentes que van a pie a cumplir votos salidos casi todos de sus casas desde la noche, en peregrinación al santuario.
“Bajando por los enjutos senderos desovillados, subiendo por hondonadas y torrenteras, afluyen sin cesar hilos hormigueantes de romeros, entreverados algunas veces por gente un tanto ajena a ardores místicos: vendedores de frutas, juglares y solteras en busca de novio”.
Loynaz es rotunda al afirmar que “aquí puede decirse que la devoción a Nuestra Señora de Candelaria es sincera y de firme arraigo popular. Cada uno, a su modo, invoca a la Virgen, la mima, la acompaña, la emplaza muchas veces y otras muchas conversa tranquilamente con ella. Porque la Candelaria es la patrona de las islas por derecho propio. Ella llegó primero y conquistó por su sola presencia majestuosa”.
La autora cubana deja unas líneas ilustrativas de cómo se vivía entonces la festividad:
“Al áspero rasgueo de las guitarras hace coro la resaca barriendo las arenas; la muchedumbre gira como un inmenso carrusel de feria arrastrando en su remolino la bella copla desgarrada:

"Todas las canarias son
como ese Teide gigante:
mucha nieve en el semblante
y fuego en el corazón”.

Pero nadie como un poeta inmenso, como un gomero universal, Pedro García Cabrera, cantó a Candelaria, con tanta plétora metafórica, con tanto sentimiento intimista, con su valentía explícita. El poema, exquisito, de su Vuelta a la isla, merece ser reproducido:

"Tengo pintadas de un verde
gemelo de las tuneras
la finca de mis amores
mis barcas candelarieras.
Con ellas salgo a pescar
cuando asoman las estrellas;
cho Juan gobierna la mía,
yo llevo la de mi suegra.
Pero esta noche la mar
tiene muy mala madera;
se ha puesto toro y no hay muro
de lluvia que lo detenga,
tajamar que la domine
ni timones que la entiendan.
Esta noche no podrán
ir a ganarme las perras.
Son de talantes esquivos
varadas en la ribera
e íntimamente cordiales
si las espumas las besan.
Y qué gusto da mirarlas
por esas mares afuera
como dos buenas muchachas
columpiando las caderas.
Pero este dichoso sur
se está comiendo una breva
aunque las sardinas campen
como si nada ocurriera.
Y no veré sus gorgoras
ni empuñaré la jareta.
Las sardinas son muy suyas
y van formando una pella,
solo si huelen toninas
se desparraman y riegan.
Desde que tengo razón
son las sardinas mis perlas,
mis relámpagos del gozo,
mis hierbas de curandera,
mis higos chumbos del mar,
mis cheques de Venezuela.
En torno de sus puñales
mi noche está dando vueltas.
Las quiero como a mí mismo,
son los frutos de mi hacienda.
Por los planchados azules
quedan a la descubierta
los almidonados fuegos
que burilan las candelas.
Y viéndolas se me van
las angustias que me arenan,
ardiendo en sus argentíes
la obra muerta de mis penas.
Esta noche no será:
ni agenciaré mi molienda,
ni podré pegar un ojo,
ni dar fondo a la tristeza,
que yo me la paso en blanco
cuando se pone tan negra.
Si siguen así las cosas,
la Virgen me favorezca,
que si todo viene a pelo
soplando el viento a derechas,
me basto solo y me sobro
con mis brazos y mis piernas".

Hablemos un poco de la imagen. Si no, el cometido del pregonero quedaría incompleto. Es casi imposible iniciar un aporte sobre la descripción de la Virgen de Candelaria sin plasmar algunos rasgos de sus características iconográficas actuales. La vela de color verde es símbolo de la antigua vela con la que acudían los peregrinos que se dirigían -y continúan haciéndolo- para pedir o agradecer su intercesión. El verde es también un innegable color de esperanza. Esperanza que mueve a todo aquel que con una petición se dirige a la Virgen. Mientras, el niño Jesús sostiene en su mano un pajarillo.
Con todo, resalta el historiador realejero Javier Lima Estévez, conocer a la imagen es también valorar someramente su historiografía, aproximarnos a los motivos de su presencia entre nosotros y su festividad el 2 de febrero y la celebración del 15 de agosto; celebración, ésta última, que nos trae hoy ante ustedes. Los primeros aportes históricos permiten situarnos ante la obra de fray Alonso de Espinosa. Sería autor de un trabajo bajo el título Del origen y milagros de la Santa Imagen de Nuestra Señora de Candelaria, publicado en Sevilla en 1594, pero redactado en 1581. En ella, el dominico nos aproxima a uno de los primeros relatos para saber del pasado aborigen pues sus páginas enlazan apartados con referencias a la antigüedad del pueblo guanche desde diversos puntos de vista. Al mismo tiempo, es una oportunidad para situarnos ante el conocimiento de la llegada de la imagen de la Virgen de Candelaria, concatenándose en la parte final del trabajo milagros y sucesos asociados a personas desde distintos ángulos.
En concreto, fray Alonso de Espinosa recopila cincuenta y siete milagros; milagros que narran curaciones, rescates y otros hechos sin explicación racional y en los que se demuestra, por parte del dominico, rindiendo los guanches culto en la cueva de Achbinico que, con posterioridad, sería cristianizada bajo la advocación de San Blas. De tales milagros nos detendremos en uno, en concreto el milagro cincuenta y seis que dice así:
“Cuando ciertos gomeros, por celos de una pariente suya, mataron a su señor Hernán Peraza, su mujer doña Leonor de Padilla, con el dolor de la muerte de su marido, hizo en los gomeros gran castigo. A unos hizo ajusticiar; a otros llevar cautivos a España; y a otros echar con piedras pesadas a la mar. Y como algunos morían sin culpa, porque no todos la habían tenido en la muerte de su señor, no pudo dejar de imputársele alguna a la sobredicha señora, y aún notarla de cruel. Sucedió, pues, que muchos de los tres que con pesos al cuello echaban a la mar, para que en ella fuesen anegados, invocando a Nuestra Señora de Candelaria, patrona de todas estas islas, salían luego a la orilla y playa de la mar, vivos y sanos, sin peligro alguno; de que no poco admirados los que los veían salir, decían los libres que Nuestra Señora de Candelaria les sostenía los pesos y los traía a la playa vivos”. 
(Continuará mañana domingo).

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