martes, 7 de agosto de 2018

HACIA NINGUNA PARTE

El suceso de Caracas del pasado sábado -un intento por ahora no esclarecido de acabar con la vida del presidente Maduro- pone de nuevo a Venezuela en un primer plano de interés informativo. Sin ir más lejos, ayer por la tarde estuvimos siguiendo las transmisiones de las televisiones de aquel país de un impresionante y multitudinario acto popular en las calles en apoyo del presidente. Y del régimen, se supone.
Pero hay mucha confusión, demasiados espacios oscuros en torno a lo ocurrido. Ha surgido hasta un sector, denominado 'Soldados de franela', que ha reivindicado la acción y deja caer que volverá a intentarlo. Prosiguen las investigaciones y ya hay detenidos.
El problema es que pocos creen la versión oficial. Todo es consecuencia de una Venezuela convulsa, afectada por una crisis social y económica de envergadura: encarecimiento sin límite, anarquía económica y fiscal, aumento ilimitado de la inseguridad ciudadana, calidad de vida en descenso galopante, libertad de prensa muy limitada, es decir, la crisis perfecta, aquella en la que el régimen resiste no importa que sea a costa de los derechos humanos, de la instauración del terror o de crear climas inciertos bajo amenazas constantes.
Hace mucho tiempo que Venezuela es un sindiós. El intento de atentado del sábado, acompañado de cortes de señal de televisión y de discursos posteriores que son implícitas acusaciones a presuntos promotores, es otro episodio de la crisis que deja abiertas muchas incógnitas. Explosiones, desbandada y cintas de video, si nos permiten la licencia. ¿Hubo atentado? ¿Quiénes son los 'Soldados de franela'? ¿A quién o quiénes les interesa que se hable de ello? ¿Es un alivio para el régimen que ahora verá cómo durante no menos de una semana se seguirá hablando de ello y de pluralidad de hipótesis, mientras el pueblo sigue padeciendo escasez? ¿O es lo que conviene para fortalecer el miedo social? ¿Cómo se puede convivir con la información prácticamente bloqueada? Ahora tendremos ocasión de contrastar la posverdad.
La analista política Argelia Ríos se preguntaba ayer si había sido un atentado o un autoatentado. “Nadie cree nada -decía. Ni las versiones oficiales del Gobierno ni la comprobación de los hechos que están sacando los periodistas”.
Aquí todo el mundo tiene razones para mentir”, añadió. Es la consecuencia de una revolución fracasada, del exceso de autoritarismo y hasta de una resignación del pueblo que ha comprobado que no hay nada que hacer. O que hay que sobrevivir con la penosa realidad que significa ir hacia ninguna parte.

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