En su tesis doctoral,
aboga la investigadora de ‘Twintur’, Ana Soliguer Guix, de la Universidad
Abierta de Catalunya, por una gestión empática en lo que al turismo respecta
pues “significa diversificar la economía, limitar flujos en zonas saturadas,
garantizar el derecho a la vivienda y combatir el incivismo”. También supone
cambiar el discurso oficial. En lugar de hablar solo de competitividad o
atracción de visitantes, se debe hablar con toda naturalidad de bienestar
social.
Está demostrado que el turismo no solo transforma las calles.
También afecta cómo sienten los vecinos su ciudad. En algunas ciudades
canarias, en realidad sus actuales destinos turísticos, hay varios procesos
sociales de construcción y transformación Entender el turismo desde la
psicología social permite verlo como una relación humana, con tensiones y
límites, no solo como una industria. “Hablar de emociones puede parecer poco
técnico. Pero es esencial para crear modelos turísticos sostenibles y ciudades
habitables”, escribe Soliguer, que arranca de una base cuando se detiene ante
grafitis como el popular “Tourists go home”, síntesis, si nos permiten, de las
protestas contra los pisos turísticos. Según la investigadora, no expresan odio
al visitante. “Reflejan el cansancio de quienes sienten que su ciudad ya no les
pertenece”, precisa. En su investigación doctoral sobre vecinos y turismo, quiso
entender o interpretar este malestar. Analizó medios, protestas vecinales y
emociones cotidianas de los residentes. Descubrió que la turismofobia no es
odio al turista. Es una reacción emocional ante un modelo turístico que ha
sobrepasado los límites de la convivencia.
Aunque el término
turismofobia se popularizó en los medios españoles en 2016, no nació en los
barrios. Al analizar el tratamiento mediático del turismo en Barcelona, por
ejemplo, comprobó que el concepto surgió ¡en las redacciones de los medios! Estos
lo usaron para simplificar un fenómeno complejo. Cualquier crítica vecinal al
turismo se interpretaba como “odio al turista”. Esta etiqueta desvió la
atención. Sirvió para desactivar la protesta y presentar a los vecinos críticos
como enemigos del progreso. Pero sus quejas no iban contra los turistas: se
dirigían al modelo turístico. Señalaban la presión sobre la vivienda, la
saturación del espacio público y la pérdida de identidad barrial. En trabajo
posteriores, mostró cómo este discurso mediático refuerza los estereotipos y
dificulta la empatía. Cuando el conflicto se presenta como una fobia, se pierde
la posibilidad de diálogo, razona Soliguer.
Así se va acercando a las
conclusiones: “del no al turismo” al “sí a la ciudad”, por ir estableciéndolas.
“Queremos poder vivir aquí”, alude a una opinión convergente de muchos
ciudadanos. Realmente, es un pensamiento que significa toda una reivindicación
política y emocional. Los vecinos, independientemente de circunstancias o
transformaciones históricas y políticas, se convirtieron en agentes de cambio.
Surgieron promotores, profesionales, empresarios, autónomos y sindicalistas destacados.
Brotaron opciones para promocionar, consolidar y cualificar el negocio. Por
eso, principalmente, cuando ha habido conflictos o manifestaciones de protesta,
hay muchas personas que prefieren evitar el “no al turismo” y emplear el “sí a
la convivencia”.
La doctora Soliguer se
acerca así a la que denomina “gestión turística empática”. Una gestión empática
significa diversificar la economía, limitar flujos en zonas saturadas,
garantizar el derecho a la vivienda y combatir el incivismo. También supone
cambiar el discurso oficial. En lugar de hablar solo de competitividad o
atracción de visitantes, se debe hablar de bienestar local. En realidad, la
turismofobia es un síntoma de que una ciudad necesita respirar. Una gestión más
humana –con límites, participación y reconocimiento emocional– puede devolver
ese aire perdido. Una ciudad sostenible no solo necesita equilibrio económico o
ambiental: también debe ser emocionalmente habitable.
En fin, la solución no pasa por reducir turistas sino por aumentar la empatía institucional. Escuchar a los residentes y reconocer su malestar como legítimo debe formar parte de cualquier política turística.
1 comentario:
Muy interesante artículo enhorabuena Salvador. Creo que se debe reflexionar mucho sobre estos aspectos y actuar. No tener miedo a intentar resolver este conflicto entre uso turístico y residencial.
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