Unas líneas en memoria de Antonio Castro García, alcalde que fuera del Puerto de la Cruz, fallecido hace ya una semana, pocos días después, por cierto, de que le mencionáramos con Juan Cruz Ruiz en una conversación televisada a propósito de su activa presencia en la "Tertulia del Dinámico", una suerte de foro urbano en pleno franquismo al que concurrían a diario portuenses de distinta condición para hablar de política -¡de política!- y de sus cosas, llegando a distinguir incluso -¡qué avanzados!- entre la "cámara alta" -¿los cultos, los doctos, los informados?- y la "baja", acaso quienes representaban las capas sociales más populares y tendían a hablar más de fútbol o de juegos de mesa sobre los que había, por cierto, auténticos expertos.
Desde joven, siempre hubo una buena y afectiva relación con este hombre emprendedor y empresario, hijo de otro alcalde, profesor de aquella materia en bachillerato denominada Formación del Espíritu Nacional, política, popularmente entre los escolares.
Antonio Castro, por lo que se veía y comentaba, era entonces lo que podía darse en llamar "un animal político". Miembro de la corporación municipal, vivió con pasión los afanes de un municipio en pleno desarrollismo. Accedió a la alcaldía y desde ella acentuó ese quehacer que reforzó con su presencia en el Cabildo Insular y en la Mancomunidad Interinsular.
Un infarto le alejó de la política mediados los años setenta. Felizmente, se recuperó pero empezó a ver los problemas y los cambios democráticos desde la distancia. La Cruz Roja española reclamó sus servicios y él no pudo negarse. Por vecindad, por amistad y por compromiso. También ejerció como responsable local de la Sociedad General de Autores.
Atrás quedaba una activa trayectoria vinculada a Falange y al denominado Movimiento Nacional. Ahí gestó su participación y su ejercicio de responsabilidades públicas, en las que fue siempre un avanzado. Se movió con destreza y fundamentos tácticos en las pugnas intestinas que tenían mucho de personalismo en las elecciones de tercios.
"Te voy a dar una lección, Pérez", le escuché decir en cierta ocasión en el exterior de la antigua casa sindical, aludiendo al hijo de un popular dirigente municipal de la época.
Castro destacó por su oratoria si bien algunos críticos le reprochaban el empleo reiterado de frases hechas. Pero enfatizaba muy bien su discurso, improvisaba e imprimía una energía verbal desconocida entre los políticos de entonces.
Confió mucho en la juventud portuense. Lo proclamaba. En cierta ocasión, en el antiguo colegio de los agustinos, cuando un conferenciante santacrucero no pudo venir y el malogrado Chicho Vázquez, dirigente del desaparecido Cima Club, se desgañitaba para ver cómo se salía del trance, Antonio Castro se ofreció para sustituirle hablando del papel de la familia y de la juventud en una sociedad moderna. Vázquez, que ofició de presentador, memorizó uno de los asertos de Castro y lo estuvo repitiendo hasta el final de sus días: "Me siento plenamente identificado con la corporación y apelo a una mayor coordinación entre ella y la juventud portuense".
Muchos años después, Antonio Castro seguía paseando por la plaza del Charco y alrededores. Hablando y escuchando. Se me ofreció para cualquier asesoramiento que precisara en el ejercicio de la alcaldía. Siempre con modestia: "Poco puedo hacer ya pero aquí estoy para brindarte lo que conservo de mi experiencia. Tú eres el alcalde de todos y por este pueblo hago lo que pidas", me dijo en una oportunidad, visiblemente emocionado.
Nos sentamos juntos, hace unos meses, cuando Santiago Estévez, interventor accidental, se despedía de compañeros y amigos con motivo de su jubilación. Allí, Antonio Castro -con voz algo cansada- volvió a rememorar algunos episodios de la vida municipal.
Se ha ido en silencio. Y en silencio, con la impresión generalizada de que había fallecido un buen hombre, un portuense de pro, le dijeron adiós cientos de amigos, compañeros y alumnos.
Descanse en paz.
miércoles, 9 de enero de 2008
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