Carmelo Pérez Abreu. Probablemente, el último de los grandes clásicos del turismo portuense. Un ‘grande’ hecho a sí mismo: desde botones a su actual responsabilidad ejecutiva en el grupo “Sol Meliá”, su trayectoria es todo un ejemplo de compromiso con la hostelería, con el turismo, con sus empresas.
A Carmelo, natural del Puerto de la Cruz, el Gobierno de Canarias le ha distinguido con la Medalla a la Excelencia Turística que recogió días pasados en Fuerteventura, en ocasión de la conmemoración del Día Mundial del Turismo. Es más que merecida. Le llega, además, casi coincidiendo con el final de su etapa en activo que sólo interrumpe, por cierto (móvil desconectado), los fines de semana, cuando cultiva sus frutos y sus flores en una finca de las medianías norteñas.
Carmelo es la modestia personificada. Quien huye de todo protagonismo. Quien toma las decisiones con temple y sin alharacas. Quien acomete las gestiones de forma perseverante hasta obtener un resultado definitivo. Quien no se arruga ante las adversidades. Quien guarda respeto y lealtad a los que están por encima. Que al final ya no son muchos, por cierto.
Se supone que algún media le llamará un día de estos y le preguntará (si él quiere y se deja) por los pasos de esa trayectoria. Ahí contrastarían la experiencia de este profesional del turismo a quien uno, siendo niño, recuerda con gesto serio trabajando en los hoteles y en las agencias de viajes, en pleno auge del destino turístico portuense.
Carmelo siempre tuvo claro que había que trabajar y por eso se esmeró en la mejor escuela de entonces: al lado de grandes directores, de pujantes emprendedores y de profesionales curtidos que vieron en él una persona recta, capaz, enamorada del turismo y de las cosas bien hechas. Si llegó lejos -tan lejos, como que desde hace unos cuantos años es el brazo derecho de otro ‘monstruo’ del turismo español, Gabriel Escarrer- es porque no se detuvo, fue escalando y asumiendo nuevas funciones y nuevas responsabilidades.
Es de los que ha visto cómo cerraban establecimientos entrañables (principalmente en su ciudad natal) y cómo surgían nuevos establecimientos en todas las islas. En los aviones, por cierto, está su otra vida. Porque Carmelo acude allí donde su concurso es necesario. Y así ha podido ir comprobando, en primera persona, la evolución del sector turístico: su esplendor y sus vacas flacas. Ha tenido que sondear en esa jungla llamada directrices, ha visto cómo se ha malbaratado el producto y cómo hay que plantearse una promoción para captar eso que llaman segmentos de calidad turística, que no son otra cosa que los clientes de alto poder adquisitivo que tan deferentemente le trataban hace décadas cuando hacía de botones o de recepcionista en algún hotel del Puerto de la Cruz.
Que le duele, por cierto. De donde nunca se alejó, sentimentalmente.
Ahora ya luce un galardón que reconoce la excelencia turística personal, ganada a pulso en una carrera profesional caracterizada, ante todo, por la modestia y por la superación. Un hombre hecho a sí mismo, de la vieja escuela, de los que ya no hay.
¡Enhorabuena!
domingo, 28 de septiembre de 2008
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1 comentario:
Me alegro que a alguien tan importante de tu pueblo se le reconozca la valía "de la gente que ha trabajado duro y continúa haciéndolo".
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