La cofradía de pescadores “Gran Poder de Dios” cuenta ya con una sede rehabilitada, donde siempre estuvo, en la calle Lonjas, junto al refugio.
No pocos avatares –algunos de verdadera complejidad- han salpicado la vida más reciente de la entidad y, aún más, del propio proyecto de remodelación que ha precisado de tres mandatos para su definitiva materialización. Es otra prueba de la mala suerte que caracteriza las obras públicas en el municipio.
En esa iniciativa algo tuvimos que ver, en los tiempos que ocupamos la alcaldía del municipio. El inmueble, muy antiguo, presentaba serias deficiencias y hasta riesgos físicos. Cuando llovía, los problemas se agravaban. Con Guillermo Guigou como consejero de Agricultura y Pesca del Gobierno de Canarias, mantuvimos unas conversaciones preliminares, avanzadas después cuando el departamento quedó a cargo de Pedro Rodríguez Zaragoza quien, en Madrid, en el curso de una FITUR, mostró su mejor predisposición, a la que se sumaba, por cierto Pilar Parejo, entonces consejera del Cabildo Insular, empeñada de hacer de este rincón de la ciudad un entorno atractivo que combinara tradición, encanto y modernidad.
Con Rodríguez Zaragoza llegamos a hablar, incluso, de previsiones presupuestarias. Antonio González Pérez, entonces concejal delegado de Urbanismo, captó muy bien las líneas maestras del proyecto que impulsó con el celo que caracterizó su gestión. Con él ejecutamos las primeras medidas de desalojo de otras dependencias o cuartos del inmueble.
Hasta que fueron surgiendo los problemas derivados de la ocupación y explotación de un pequeño bar, plasmados en un expediente que consigna actuaciones en un mismísimo 24 de diciembre. Años después, con las obras ya terminadas, y a la espera de convenir o culminar trámites jurídico-administrativos para su reapertura y entrada en funcionamiento, la sede de la cofradía era escenario de un insólito episodio -con algarada incluida que, por fortuna, no pasó a mayores- que reflejaba descoordinación, aprovechamiento político, radicalidad y hasta falta de sensatez.
Pero, bueno, después de tales avatares, los pescadores tienen ya su casa y es lógico que estén de enhorabuena, sobre todo si les sirve para tramitar aquello que es necesario hacer al margen de las embarcaciones, de las redes y de las artes de su sufrido oficio. Pero sus necesidades y sus problemas van más allá de la disponibilidad de un recurso material y humano desde el que canalizar sus apremios y mucho más allá del local social donde consumir lo cotidiano en el ambiente que se estime más adecuado.
Las necesidades y los problemas, después de un relevo generacional que ha devenido incompleto y carente de estímulos, siguen siendo de formación y de preparación para afrontar nuevas técnicas de pesca y hasta una reconversión. De poco servirá una nueva y ansiada infraestructura, por la que vienen suspirando generaciones de portuenses, si quienes tienen que utilizarla para su profesión o su medio de vida no están a la altura de las exigencias de los avances o de las transformaciones.
Dicho en otras palabras, siempre teniendo como destinatarios a los pescadores portuenses: no se puede vivir exclusivamente de la nostalgia, de cualquier tiempo pasado que fue mejor, de capillitas pletóricas de envidia, de rencillas, de celebraciones festeras anacrónicas, de creerse que algunas cosas son inmutables, de ensimismamientos, de capturas reducidas a conveniencia, de comercialización arcaica… Pensando en el porvenir, en potenciar el sector primario, en lograr que se incorporen a él jóvenes que buscan ganarse el sustento, es necesario tener una actitud distinta, una actitud abierta, emprendedora y caracterizada por la constancia.
La cofradía y su flamante sede deben estar para eso, para aglutinar e impulsar el quehacer de un colectivo que necesita renovarse, entre otras cosas, para seguir contribuyendo a la identidad del municipio, cada vez menos visible, por cierto, por culpa de otras circunstancias.
No pocos avatares –algunos de verdadera complejidad- han salpicado la vida más reciente de la entidad y, aún más, del propio proyecto de remodelación que ha precisado de tres mandatos para su definitiva materialización. Es otra prueba de la mala suerte que caracteriza las obras públicas en el municipio.
En esa iniciativa algo tuvimos que ver, en los tiempos que ocupamos la alcaldía del municipio. El inmueble, muy antiguo, presentaba serias deficiencias y hasta riesgos físicos. Cuando llovía, los problemas se agravaban. Con Guillermo Guigou como consejero de Agricultura y Pesca del Gobierno de Canarias, mantuvimos unas conversaciones preliminares, avanzadas después cuando el departamento quedó a cargo de Pedro Rodríguez Zaragoza quien, en Madrid, en el curso de una FITUR, mostró su mejor predisposición, a la que se sumaba, por cierto Pilar Parejo, entonces consejera del Cabildo Insular, empeñada de hacer de este rincón de la ciudad un entorno atractivo que combinara tradición, encanto y modernidad.
Con Rodríguez Zaragoza llegamos a hablar, incluso, de previsiones presupuestarias. Antonio González Pérez, entonces concejal delegado de Urbanismo, captó muy bien las líneas maestras del proyecto que impulsó con el celo que caracterizó su gestión. Con él ejecutamos las primeras medidas de desalojo de otras dependencias o cuartos del inmueble.
Hasta que fueron surgiendo los problemas derivados de la ocupación y explotación de un pequeño bar, plasmados en un expediente que consigna actuaciones en un mismísimo 24 de diciembre. Años después, con las obras ya terminadas, y a la espera de convenir o culminar trámites jurídico-administrativos para su reapertura y entrada en funcionamiento, la sede de la cofradía era escenario de un insólito episodio -con algarada incluida que, por fortuna, no pasó a mayores- que reflejaba descoordinación, aprovechamiento político, radicalidad y hasta falta de sensatez.
Pero, bueno, después de tales avatares, los pescadores tienen ya su casa y es lógico que estén de enhorabuena, sobre todo si les sirve para tramitar aquello que es necesario hacer al margen de las embarcaciones, de las redes y de las artes de su sufrido oficio. Pero sus necesidades y sus problemas van más allá de la disponibilidad de un recurso material y humano desde el que canalizar sus apremios y mucho más allá del local social donde consumir lo cotidiano en el ambiente que se estime más adecuado.
Las necesidades y los problemas, después de un relevo generacional que ha devenido incompleto y carente de estímulos, siguen siendo de formación y de preparación para afrontar nuevas técnicas de pesca y hasta una reconversión. De poco servirá una nueva y ansiada infraestructura, por la que vienen suspirando generaciones de portuenses, si quienes tienen que utilizarla para su profesión o su medio de vida no están a la altura de las exigencias de los avances o de las transformaciones.
Dicho en otras palabras, siempre teniendo como destinatarios a los pescadores portuenses: no se puede vivir exclusivamente de la nostalgia, de cualquier tiempo pasado que fue mejor, de capillitas pletóricas de envidia, de rencillas, de celebraciones festeras anacrónicas, de creerse que algunas cosas son inmutables, de ensimismamientos, de capturas reducidas a conveniencia, de comercialización arcaica… Pensando en el porvenir, en potenciar el sector primario, en lograr que se incorporen a él jóvenes que buscan ganarse el sustento, es necesario tener una actitud distinta, una actitud abierta, emprendedora y caracterizada por la constancia.
La cofradía y su flamante sede deben estar para eso, para aglutinar e impulsar el quehacer de un colectivo que necesita renovarse, entre otras cosas, para seguir contribuyendo a la identidad del municipio, cada vez menos visible, por cierto, por culpa de otras circunstancias.
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