Ahora que las guaguas vuelven a operar salidas y llegadas en una de las avenidas del polígono San Felipe-El Tejar, a la espera de una nueva estación, la memoria nos devuelve algunos antecedentes. Quienes hemos sido y seguimos siendo usuarios del transporte colectivo de viajeros, hemos vivido las mudanzas y todas esas situaciones que se suceden en un lugar frecuentado por gentes de todas las latitudes, acaso donde mejor se contrasta el cosmopolitismo de una ciudad como el Puerto de la Cruz.
No alcanza la memoria pero cuentan que la primera parada de guaguas en el municipio, propiamente dicha, estuvo en la calle Blanco, antes del espacio donde estacionaban los taxis que aún tienen en la plaza del Charco su parada principal. Popularmente eran conocidas como "jardineras".
Donde sí recordamos un lugar parecido a una estación es en las inmediaciones del refugio pesquero, en el exterior del establecimiento conocido por "Viuda de Yanes" y de "El Fielato". La calle era amplia y adoquinada. Allí maniobraban los conductores para orientar la salida hacia la calle Santo Domingo. En una edificación allí construida a principios de los años setenta del pasado siglo, albergaron en un pequeño local las oficinas de atención al público o de recogida de envíos. Allí se hacían las reservas o se despachaban los billetes para desplazarse a La Laguna y Santa Cruz en el denominado "exprés" o "expreso", en realidad un microbús marca "Commer" de once o doce plazas que salía a las y cuarto y menos cuarto y no hacía paradas prácticamente.
Eran los tiempos de "Transportes de Tenerife", la empresa que prestaba los servicios y que no resistió los avances de la modernidad y las demandas crecientes de los usuarios. En aquella zona próxima al muelle, se vivió algo parecido a una huelga. Fue un paro, ciertamente, al frente del cual se puso Liborio Zamora, más conocido por "Cheché". Se concentraron unas decenas de personas, sin violencia, sin que la algarada pasara a mayores.
Y en aquel pequeño local, por cierto, depositaban los paquetes del desaparecido diario "La Tarde" por cuyos ejemplares esperaban habitualmente los contertulios de la 'cámara alta' del "Bar Dinámico". Y hasta que aparecían los repartidores. Curioso, porque había quien compraba "La Tarde" a la mañana del día siguiente. Y es que, a veces, ni llegaba.
Cuando el tráfico se fue intensificando, la parada fue trasladada hasta El Penitente, en la explanada adoquinada junto al mercado municipal. Lo que hoy sería el tramo de plaza de Europa más próximo a la fachada de las casas consistoriales. Los turistas, cada vez más numerosos, demandaban información y entonces colocaron unos originales cartelones de madera que solían caerse con una ligera brisa y donde estaba inscrito el lugar del destino. Las guaguas seguían saliendo Santo Domingo arriba para girar hacia la Punta de la carretera pasado el que era conocido como empaquetado de los "Betancores".
En los alrededores de la plaza del Charco habían dejado espacio para que estacionaran las guaguas que cubrían el trayecto hasta las barriadas y Punta Brava, éste casi siempre con Agustín Rodríguez al volante. Salían cada media hora desde el exterior de la sede de Falange, cerca del cinema "Olympia". Los retornos, por la calle Puerto Viejo, se hicieron cada vez más complicados -practicamente las guaguas no cabían entre obras y aparcamientos- de modo que fue necesario buscar otro emplazamiento que funcionó durante un tiempo al comienzo de la calle Nieves Ravelo, frente al monumento a Bonnín, donde incluso construyeron una isleta de protección y acceso de los usuarios.
Se materializó años después otro traslado: hasta la avenida Hermanos Fernández Perdigón, en un área que concentraba los núcleos de prestación de servicios públicos más importantes. El turismo había eclosionado en la ciudad. Instalaron unas pequeñas casetas, unos módulos, donde despachaban billetes, paquetes y mercancías y en cuyos alrededores se concentraban los conductores, cobradores e inspectores.
Había desaparecido "Transportes de Tenerife", sustiuida por TITSA después de un doloroso parto en el Cabildo Insular en el que mucho tuvo que ver el ya jubilado secretario general del Ayuntamiento portuense, Santiago Díaz Baeza. La isla estuvo sin transporte público de viajeros en la segunda mitad de los años setenta más de un mes.
En Hermanos Fernández Perdigón estaban José Abreu, Domingo Martín y Emeterio Martín Ramos, personajes con distintas responsabilidades y que, a fuerza de verles todos los días, se sabían las conexiones y los horaros de carretilla. Pedro Méndez, Domingo Ríos, Pedro Díaz, Ciriaco, Gregorio..., por citar algunos conductores. Allí aparcaban las unidades de la flota que, paulatinamente, se iba modernizando. La empresa iba introduciendo, además, nuevas líneas y nuevas frecuencias. Así surgieron los denominados "refuerzos", servicios expresos para Santa Cruz que, entre las ocho y las diez de la mañana, salían nada más llenarse la unidad prevista. La Guardia Civil se había puesto dura y vigilaba de cerca a las guaguas sobrecargadas que llevaban mucha gente de pie.
Hasta que ya en los años ochenta, en plena democracia y al principio de la autonomía, edificaron la estación de guaguas sobre un suelo que había servido para campo de fútbol rudimentario e instalación de circos y espectáculos ambulantes. Era María Dolores Palliser la consejera del ramo en el Gobierno de Canarias y Francisco Afonso, el alcalde. Estaba previsto que el acto de inauguración estuviera presidido por Jerónimo Saavedra pero alguna protesta popular o sindical aconsejó que, a última hora, anulara su desplazamiento desde La Laguna.
La flamante estación de autobuses -así fue denominada, hasta que en las letras exteriores rotularan guaguas- parecía satisfacer las exigencias. La infraestructura disponía de dos plantas en el subsuelo para aparcamientos. Pero, como algunas de las dependencias ubicadas en la principal, nunca fueron utilizadas a plenitud.
Allí vivió sus últimos días laborales Diego Rodríguez, que era inspector y fue alcalde de La Matanza en el primer mandato democrático. El inspector fue una figura esencial en el transporte interurbano de pasajeros. Aparecía en cuaquier parada, a verificar con creyón rojo y azul, la numeración de los billetes que expedían los cobradores en unos tubos cilíndricos mientras en bandolera colgaba la cartera de la que sacaban el cambio. Se trataba de comprobar que todos habían pagado. Si algun usuario no lo había hecho y estaba el inspector a bordo, tiraba de aquel cordón de cuero que se extendía por el techo de la guagua y hacía sonar la campanilla que avisaba al conductor para apearse en la parada siguiente.
Ahora han cerrado esa estación por grave deterioro de su estructura, lo que ha significado la rehabilitación de la parada de Hermanos Fernández Perdigón. Un retorno al pasado, a la espera de un nuevo edificio, se supone. Ojalá no se prolongue mucho tiempo esta provisionalidad, por el bien de todos: trabajadores, usuarios y vecinos. Y ojalá haya mejor suerte que con otras obras públicas en la localidad portuense.
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