miércoles, 16 de diciembre de 2009

DE VERDUGO A MÁRTIR

La agresión a Silvio Berlusconi, presidente italiano, es un suceso desgraciado. Ese rostro ensangrentado, ese ceño dolorido, esa mirada en un horizonte de sabe Dios qué y dónde reflejan los efectos de la violencia, del desafuero y del victimismo, o sea, todo lo que no se quiere para la política de nuestros días, tan agitada y tan convulsa que, consecuencias como la de la agresión, espantan.
El debate tras el suceso fluye desde el ardor de pros y contras, aunque nadie pueda aprobar la acción por muy anti Berlusconi que sea. Claro que se ha pasado Il Cavaliere, en la esfera pública y en la parte de la privada que afecta a la primera, pero eso no equivale a decir que se lo tenía bien merecido. "De verdugo de la libertad a mártir de la democracia", definió atinadamente la artista Franca Rame.
La madura sociedad italiana, tan tolerante en algunas cosas, tan escandalizable con otras, tan desigual en sus desarrollos, tan latina y tan pasional, no habrá visto con buenos ojos que su díscolo presidente, un político singular, sin duda, haya sido portada de todos los diarios del mundo.
Claro que pudo haber sido peor. Pero el daño causado, por el hecho en sí y por la significación del personaje agredido, es el mismo. Para la política y para el país. Fallos de seguridad al margen -a ver si ahora entienden algunos que es inevitable que los mandatarios de primer nivel estén debidamente protegidos-, la imagen de la agresión a Silvio Berlusconi es no sólo la de violencia política, reprobable siempre, venga de donde venga, sino la de la intolerancia, proyectada ésta desde el doble ángulo del gobernante prepotente, abusador y absolutista, y del pueblo harto que ya no sabe cómo expresar su malestar y su protesta sino recurriendo a la agresividad física. Malo.
Ahora se enfrascan los italianos en un debate que refuerza el antagonismo y que refleja la fractura de la sociedad. Hasta el periodismo, tan implicado en los juegos de poder y en los sesgos políticos, se ve afectado. La Asociación de la Prensa de Roma ha expresado su preocupación "por las señales de intolerancia hacia los órganos de garantía del país, empezando por el periodismo". Italia siempre convivió entre problemas, es cierto, algunos sin aparente solución, pero el pueblo italiano salió adelante.
Ahora contempla -aturdido, seguramente- cómo el presidente es agredido tras un mitin de su partido, un hecho que daña y contribuye a la desgradación de la política y al desprestigio de las instituciones.
Entre los desmanes del presidente (que, en ningún caso, justifican los métodos violentos en su contra) y el notable pasotismo de la sociedad, Italia vuelve a sufrir otro período de incertidumbre como lo fueron los años setenta del pasado siglo cuando un cambio de gobierno era moneda corriente, cuando los poderes fácticos y mafiosos obraban sin rubor para seguir pudriendo y cuando el terrorismo se cobraba víctimas y víctimas.
La agresión es un hecho aislado, de acuerdo, un suceso impropio de una sociedad madura y avanzada, por lo que la reprobamos sin reservas como personas civilizadas, pero ha agitado viejos fantasmas. Y esto es lo preocupante.

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