martes, 24 de septiembre de 2013

ENSAÑARSE CON LOS ENFERMOS CRÓNICOS

Tienen que ser tremendas, inimaginables, las presiones del sector privado para que el Gobierno haya dispuesto -mejor será decir: impuesto- el copago sanitario a los enfermos crónicos. Si hemos expuesto el rechazo a la utilización de la salud o de la asistencia sanitaria como un negocio, consecuentemente hemos de decir que esta medida (entrará en vigor el próximo 1 de octubre) solo inspira una tajante reprobación.
            Con razón, el ejecutivo y el partido que lo sustenta han tenido que escuchar y leer a lo largo de estos días acerbas críticas: se habla de crueldad, de insensibilidad, de castigo, de inhumanidad y de ensañamiento. Puede que solo sea el pico del iceberg, que habrá cosas y reacciones más graves. Algunos estarán viendo la luz en el túnel y vanagloriándose de que ya ha pasado lo peor -bienaventurados los que se beneficien- pero estudiantes aspirantes a beca, pensionistas y enfermos crónicos graves, tres colectivos sociales sobre los que ha recaído en una misma semana, la descarga gubernamental más ideologizada que se recuerda seguro que no ha sentado nada bien.
            Sin querer añadir tintes alarmistas, sin cebarse en los quebrantos de salud, de por sí en muchos casos pesada carga de sufrimientos, el Gobierno supedita la supervivencia al empleo del dinero. Es terrible lo que acabamos de escribir pero es verdad. Triste verdad. Hay, en esa prolija casuística, un cruce entre la vida y la muerte que solo se supera si se dispone de recursos pecuniarios. Entonces, la salud y la vida tienen un precio. Terrible. Difícilmente podíamos imaginar que esta sería la España del siglo XXI.
            Seguro que leeremos testimonios e imágenes de dirigentes del partido gubernamental insistiendo en que no habría copago sanitario. Se acumularon durante la campaña electoral. Pero ni siquiera un nuevo incumplimiento programático interesa mucho cuando hablamos de tratamientos de enfermedades por los que hay que pagar obligatoriamente. Ni las reservas, próximas al ocultismo, con que la medida ha sido anticipada.
Lo que importa de verdad es que algunos de esos tratamientos conllevan, como se sabe, más de un fármaco. Con la fórmula impuesta por el Gobierno, ¿podrán los crónicos (enfermedades graves o de larga duración) o sus familiares afrontar el gasto sobrevenido? Que nadie se extrañe pues de críticas que señalan crueldad o falta de humanidad.
            La desazón tiene que ser evidente. La vulnerabilidad se acentúa. Más gastos, una carga económica difícil de sobrellevar, aunque se diga que el copago tiene un coste limitado. Lo cierto es que estamos ante una barrera, una más, que produce una clara desigualdad entre la ciudadanía. Que los afectados tengan que pagar sus tratamientos es la traducción del objetivo nunca explicitado de una fórmula como el copago. Y pensar que algunos defensores hablaron y siguen hablando de sus bondades para lograr un uso racional del medicamento en este país.

            Queremos pensar que en el Gobierno son conscientes de la impopularidad de la medida. Le toca escoger: entre satisfacer las presiones del sector privado y la supervivencia de los enfermos crónicos. Casi nada.

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