sábado, 19 de octubre de 2013

CONTRASTES PORTUENSES

Pocas causas han despertado mayor sensibilidad cívica en el Puerto de la Cruz en los últimos tiempos que el proyecto de remozamiento del paseo San Telmo, inspirado en una apertura al mar con la que discrepan abiertamente amplios sectores ciudadanos desde el momento en que eso se materialice con la destrucción del muro que va desde la plazoleta de la ermita a la Punta del viento. Al muro en cuestión se le otorga, por los críticos, un cierto valor histórico que informes técnicos del Cabildo Insular niegan, al menos en su vertiente patrimonial. Desde luego, lo que no podrán refutar es una función social, un valor sentimental que ha caracterizado la fisonomía del paseo en la que también puso su mano César Manrique que lo convirtió, a principios de los años setenta, en una antesala de su obra cumbre en Martiánez.
    Usuarios del espacio, a los que se han unido muchas personas que han simpatizado con su lucha, incluso extranjeros, han perseverado en su oposición hasta confluir en una plataforma que ha convocado para el próximo sábado, al mediodía, una manifestación. Hasta entonces hay toda una trayectoria que engloba las concentraciones dominicales, la distribución de información, los artículos de prensa, el rescate y la difusión de fotografías (con el muro omnipresente, antes y después de su reposición) y, sobre todo, la presentación de más de dos mil alegaciones que fueron desestimadas en su práctica totalidad.
    Pero no se han rendido. Y por eso han seguido ganando adeptos con un efecto multiplicador, lo que de por sí es noticia en una localidad donde siempre se ha hablado mucho, con mayor o menor propiedad, pero donde también, a la hora de la verdad, poco o nada se ha hecho. Un pueblo anestesiado, llegamos a escribir hace algún tiempo, aludiendo a la pasividad y la indolencia con que parecía reaccionar a las tribulaciones y a las decisiones del gobierno local. Quienes han estado en la causa santelmera, sorteando imponderables y haciendo caso omiso de embelecos y de peroratas provocadoras y queipollanescas, han resistido y han contagiado, demostrando que les duele lo suyo, donde han convivido, lo que es de todos, lo que forma parte de su idiosincrasia, uno de esos pastos urbanos, con permiso del poeta, que jamás ha pasado de moda y que gusta así, con sus peculiaridades de muro y pavimento (Por cierto: atentos a dónde irán todas esa piezas pétreas, de difícil consecución ya en cualquier excavación).
    Han dado un ejemplo, en ese sentido. Podrán ver caer el muro pero nadie negará su parte de razón, su resistencia y su identificación.
    Todo lo contrario de lo que ha ocurrido tras la aprobación en un pleno del Ayuntamiento de un Plan de ajuste que consigna la supresión de la Universidad Popular Municipal ‘Francisco Afonso’, la Escuela de Música y el Museo Arqueológico Municipal. Hemos dejado pasar las fechas a ver si alguien reaccionaba. No hemos pulsado ni una sola discrepancia pública, más allá de la que expresaron algunos grupos políticos en la sesión. Pero ni una sola protesta ni una sola concentración ni un solo comunicado. Ni de afectados ni de centrales sindicales ni de representaciones de personal adscrito. Puede estar contento el gobierno municipal: difícilmente se encontrarán precedentes de derribo de una obra social tan poco o nada contestados.
    El contraste entre una actitud (proactiva y comprometida de quienes se oponen al proyecto de San Telmo; pasiva e indolente de quienes ven cómo se desmoronan servicios y recursos públicos municipales de alto valor formativo, participativo e histórico-cultural) y otra es evidente.

    Quizás la clave sea esa: lo que duele y lo que no. Porfiar en causas nobles es expresión de sensibilidad e identificación. La impasibilidad o la indiferencia son señales indicadoras de una preocupante apatía social.

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