Está el Gobierno tan necesitado
de menciones positivas que es natural que haya exprimido las supuestas bondades
del viaje del presidente Rajoy a los Estados Unidos, en busca de la bendición
de Obama. Algunas imágenes e informaciones, aunque con cierto sabor anecdótico,
sirvieron para contrapesar los tratamientos mediáticos obsesionados con el
éxito, pasara lo que pasara, y de algún modo acercaron la realidad.
Dos hechos que llamaron la atención, periodísticamente
hablando. La dirección de Comunicación de la presidencia del Gobierno excluyó a
la cadena SER, al diario El Mundo y a dos emisoras de radio catalanas de la
comparecencia que harían los dos presidentes en el célebre Despacho Oval de la
Casa Blanca. En el caso de la SER, recordemos que, con diferencia, es la radio
más escuchada del país.
Todo da a entender que la decisión del Gobierno español
refleja la particular obstinación con la cadena del grupo Prisa. Hace años, aun
estando en la oposición el Partido Popular, ya rompió relaciones o dejó de
hablar ante sus micrófonos en señal de protesta por el tratamiento que no
gustaba a los populares. Ahora, es como si quisiera poner en evidencia a la
cadena, aislarla o castigarla dado su alcance de audiencia. A pesar de ello,
hace poco se pudo constatar la importancia que el Gobierno concede. Fue en
ocasión del viaje de Rajoy a Sudáfrica para asistir a las exequias de Mandela:
apenas bajarse del avión y nada más acceder a su vehículo dio, en directo, los
buenos días e hizo las primeras valoraciones en el curso del programa matinal
que logró esa oportunísima conexión. La SER, por cierto, lleva esperando más de
dos años para que el presidente Rajoy conceda una entrevista, a pesar de las
numerosas solicitudes cursadas. Significativo.
Por supuesto, la presidencia del Gobierno es libre de fijar
su política de comunicación y de priorizar las atenciones de las demandas
mediáticas. Pero actuar de esta manera refleja un claro signo excluyente que, a
la larga, le perjudica pues equivale a perder la opción de lanzar su mensaje a
una audiencia millonaria. Salvo que prefiera correr el riesgo de las críticas
por tal razón pues ya se siente seguro y tranquilo con la afinidad de otros
medios.
El otro hecho fue una imagen que emocionó, ciertamente. Ver
al delegado de Televisión Española en Washington, Lorenzo Milá, arrodillado,
tomando notas como podía apoyado en el cabezal de un sofá y flanqueado por el
resto de profesionales que captaban todos los detalles de aquella
comparecencia. Decimos emocionó especialmente pensando en las nuevas
generaciones de periodistas, acostumbradas a comodidades y a una
confortabilidad para el desempeño que algunos tragan a duras penas y no dudan
en expresar su queja. Para que vean que hay que sufrir, no importa la veteranía
ni la magnitud de la convocatoria.
El papel de Milá es el que podía esperarse de un periodista
de raza, haciendo aquello por lo que un día reprobaron a Pilar Miró, justo
cuando tras tomar posesión, según cuentan, cursó su primera orden consistente
en que los redactores salían a cubrir la noticia con lápiz y papel, no para
exclusivamente dar indicaciones a los cámaras.
Allí, como uno más, entre apretujones y en postura poco
apropiada, aparecía uno de los grandes, un Lorenzo Milá a quien se puede
admirar todavía más después de esa lección de humildad y de saber estar, pese a
los imponderables.
Fue la auténtica imagen periodística de ese encuentro entre
Obama y Rajoy.
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