martes, 21 de enero de 2014

EXCLUIDA LA SER, LA IMAGEN FUE DE MILÁ

Está el Gobierno tan necesitado de menciones positivas que es natural que haya exprimido las supuestas bondades del viaje del presidente Rajoy a los Estados Unidos, en busca de la bendición de Obama. Algunas imágenes e informaciones, aunque con cierto sabor anecdótico, sirvieron para contrapesar los tratamientos mediáticos obsesionados con el éxito, pasara lo que pasara, y de algún modo acercaron la realidad.
         Dos hechos que llamaron la atención, periodísticamente hablando. La dirección de Comunicación de la presidencia del Gobierno excluyó a la cadena SER, al diario El Mundo y a dos emisoras de radio catalanas de la comparecencia que harían los dos presidentes en el célebre Despacho Oval de la Casa Blanca. En el caso de la SER, recordemos que, con diferencia, es la radio más escuchada del país.
         Todo da a entender que la decisión del Gobierno español refleja la particular obstinación con la cadena del grupo Prisa. Hace años, aun estando en la oposición el Partido Popular, ya rompió relaciones o dejó de hablar ante sus micrófonos en señal de protesta por el tratamiento que no gustaba a los populares. Ahora, es como si quisiera poner en evidencia a la cadena, aislarla o castigarla dado su alcance de audiencia. A pesar de ello, hace poco se pudo constatar la importancia que el Gobierno concede. Fue en ocasión del viaje de Rajoy a Sudáfrica para asistir a las exequias de Mandela: apenas bajarse del avión y nada más acceder a su vehículo dio, en directo, los buenos días e hizo las primeras valoraciones en el curso del programa matinal que logró esa oportunísima conexión. La SER, por cierto, lleva esperando más de dos años para que el presidente Rajoy conceda una entrevista, a pesar de las numerosas solicitudes cursadas. Significativo.
         Por supuesto, la presidencia del Gobierno es libre de fijar su política de comunicación y de priorizar las atenciones de las demandas mediáticas. Pero actuar de esta manera refleja un claro signo excluyente que, a la larga, le perjudica pues equivale a perder la opción de lanzar su mensaje a una audiencia millonaria. Salvo que prefiera correr el riesgo de las críticas por tal razón pues ya se siente seguro y tranquilo con la afinidad de otros medios.
         El otro hecho fue una imagen que emocionó, ciertamente. Ver al delegado de Televisión Española en Washington, Lorenzo Milá, arrodillado, tomando notas como podía apoyado en el cabezal de un sofá y flanqueado por el resto de profesionales que captaban todos los detalles de aquella comparecencia. Decimos emocionó especialmente pensando en las nuevas generaciones de periodistas, acostumbradas a comodidades y a una confortabilidad para el desempeño que algunos tragan a duras penas y no dudan en expresar su queja. Para que vean que hay que sufrir, no importa la veteranía ni la magnitud de la convocatoria.
         El papel de Milá es el que podía esperarse de un periodista de raza, haciendo aquello por lo que un día reprobaron a Pilar Miró, justo cuando tras tomar posesión, según cuentan, cursó su primera orden consistente en que los redactores salían a cubrir la noticia con lápiz y papel, no para exclusivamente dar indicaciones a los cámaras.
         Allí, como uno más, entre apretujones y en postura poco apropiada, aparecía uno de los grandes, un Lorenzo Milá a quien se puede admirar todavía más después de esa lección de humildad y de saber estar, pese a los imponderables.

         Fue la auténtica imagen periodística de ese encuentro entre Obama y Rajoy.

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