Quienes estaban
asidos al mantra de las elecciones primarias abiertas en el Partido Socialista
Obrero Español (PSOE) para escoger candidato a la presidencia del Gobierno en
las legislativas de 2015 –si no hay un anticipo, que todo puede suceder- ya
pueden ir aplicándose en dimensionar adecuadamente la medida desde todos los
puntos de vista. Primero, la Conferencia Política; y después, el Comité Federal
del pasado sábado ya han prefigurado los trazos de una iniciativa que vuelve a
situar a los socialistas por delante en el escenario político nacional, en un
intento de respuesta a la demanda de la ciudadanía -y de buena parte de la
militancia- de acabar con viejos convencionalismos y de producir un salto que
favorezca la recuperación el interés por la política.
Hay precedentes en la historia de la
organización con resultados desiguales. Elecciones internas las llamaron. Ahora,
con una reglamentación diáfana que facilite la participación y el desarrollo
del proceso, hay que perfeccionarlos porque el paso es determinante, más allá
de la disponibilidad fortalecida de un candidato para unos comicios. El PSOE es
consciente de que no corren buenos tiempos para la lírica, por lo que el
discurso de la regeneración y la renovación hay que empezar a llevarlo a la
práctica para volver a ser un espejo de la sociedad en el que se miraban con
cierto orgullo sus votantes en tanto que los de otras opciones también
reconocían valores de organización, disciplina y desenvolvimiento democrático.
Con sus vicios y excepciones, que también los ha habido.
La obra es mayor que unas primarias
abiertas, paso que ha de servir para que en el ámbito interno haya un
funcionamiento menos rígido y menos ‘aparatista’. Es un buen punto de partida
para que la extendida desafección hacia la política se transforme en el interés
más o menos crítico que debe tener todo ciudadano por las medidas que se
adopten desde cualquier escalón del poder político. Por historia, por bagaje y
por experiencia, sin aventurerismos extraños y sin pugnas intestinas
residenciadas en medios tan mal asimiladas por la población, corresponde esa
tarea a los socialistas.
El carácter abierto del proceso
confiere mayores garantías y hasta mayor legitimidad. Los avales para ser
candidato, un 5% de la militancia, son lo suficientemente bajos como para que
la aspiración no se vea condicionada por exigencias numéricas. La participación
de los no afiliados queda supeditada a la inscripción previa en un censo, al
abono de dos euros y al compromiso de asumir el ideario del partido. Es lo
menos que se puede pedir con tal de sortear tentaciones de duplicidad y de
picarescas que, consumadas, serán interpretadas como una proclividad a las
componendas y a la desnaturalización. Y no está el panorama como para
entretenerse demasiado en desaguisados.
Mucho menos después de que el partido
gubernamental, aún en horas bajas, ya ande exhibiendo su poderío de
triunfalismo y autocomplacencia; y después de que las consultas demoscópicas
apunten una recuperación en intención de voto y en la valoración de dirigentes.
El arranque se ha producido y todo da a entender que el trayecto es imparable.
Pero de aquí a conseguir la velocidad de crucero aún tiene mucho que recorrer
el socialismo.
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