viernes, 10 de enero de 2014

¡SALVEMOS EL LAGO, PORTUENSES!

Lo más probable es que no pase nada, que todo se consume con arreglo a los designios de los gobernantes de turno que salen de rositas, por cierto, en procesos sumamente delicados: a fin de cuentas, ésta es una ciudad en la que se destruye empleo público y los damnificados apenas esbozan un gesto de rechazo. Lo más probable es que toda la disconformidad se agote en comentarios que circulen en redes sociales (¿Han leído ustedes muchas opiniones oponiéndose a la supresión  de bonificaciones fiscales y al incremento desmesurado de tasas o tarifas, ni más ni menos que un 83%?). Lo más probable es que la población termine igual de resignada, como si esto no fuera con ella o como si le diera exactamente igual que se cuestionara su valía, sus aptitudes, su sensibilidad y su capacidad para defender valores propios, lo que tanto ha costado a varias generaciones.
     Todo esto, a cuenta de la futura concesión administrativa que el Ayuntamiento producirá del complejo turístico “Costa Martiánez”, esto es, el Lago e instalaciones englobadas. Concesión administrativa equivale a gestión indirecta y ésta, en lenguaje coloquial, se entiende como privatización de los servicios que desde la titularidad municipal se quiere prestar. Un concurso público para adjudicar la gestión de los servicios de acceso, prestaciones y mantenimiento del complejo.
     O sea, que los portuenses no sabemos hacer ni esto último. Tienen que venir de fuera, tienen que ser empresarios privados quienes lo hagan. Y duele, vaya que sí duele. No es localismo de campanario ni chovinismo: hasta asumiendo los errores propios, esa decisión de privatizar es objetable. Hay que huir del tentador ‘¡que se fastidien’! pues no han sabido defender como tenían que haberlo hecho lo que es de todos, lo que ha sido de todos, lo que comúnmente se conoce como la ‘joya de la corona’, por los valores que entraña. La playa arrebatada en su día al pueblo, transformada en una de las infraestructuras más productivas, poderoso sostén de la economía municipal,  actualmente la tercera instalación más visitada de la isla, la obra de un artista genial, fuente de trabajo y de riqueza, soporte indiscutible durante muchos años de la proyección turística de la ciudad, va a quedar en manos privadas.
     Nos hemos opuesto y seguiremos oponiéndonos. En mayo de 1997, después de aquella insólita censura, estando en la oposición municipal, en una entrevista concedida a Diario de Avisos, cuando Agustín González preguntó ¿Qué le parece la idea de privatizar el complejo turístico Costa de Martiánez?, respondimos (textual):
     “Hace varios meses que dijimos que la situación del complejo es difícil de sostener y aportamos la solución inicial de constituir una comisión para estudiar soluciones. La rechazaron. Lo que no puede ocurrir es que tales soluciones pasen únicamente por el incremento de las tarifas a los usuarios, como aprobaron en el pleno de las ordenanzas. El complejo tiene que ser competitivo y hay que hallar aportaciones imaginativas, sin olvidar el concurso activo de Pamarsa. Hay alternativas a la privatización que, dicho así, parece un recurso a la desesperada. El Lago es viable económicamente: puede generar un volumen de ingresos superior a los gastos potenciales, de tal forma que contribuya a aligerar la presión fiscal de los portuenses o a generar una mayor inversión pública”.
     La declaración, en buena medida, es premonitoria. La idea de desentenderse de la gestión rumiaba desde entonces en las mentes de los gobernantes, buena parte de los cuales son los mismos que en la actualidad. No se atrevieron, pese a disponer incluso de pliegos de condiciones preelaborados. Lo impedimos en el último momento, con un discurso consecuente y nada demagógico, con el que pudimos constatar, por cierto, la indiferencia de trabajadores y cooperativas. No importó: estaban –y están- en juego el patrimonio de los portuenses, unos cuantos puestos de trabajo –se repite la cantinela, por cierto, de que es lo que van a salvar, pero ¿no fue la que escuchamos en procesos privatizadores anteriores?, ¿se cumplió ese objetivo? ¿a qué no?- y hasta el prurito de defender lo que es de todos, siquiera para que no se ponga en tela de juicio que los portuenses no sabemos vender localidades, colocar hamacas, distribuir sombrillas, ser amables, comportarse profesionalmente y mantener las instalaciones en las más dignas condiciones.
     Desde entonces, cada vez que ha resurgido el planteamiento privatizador, hemos expresado nuestra opinión. Contraria, claro. El Lago, de todos: era un mensaje nítido. Ni indolentes ni indiferentes, reforzamos. Y la hemos acompañado siempre de una alternativa para que se compruebe que ni estamos obcecados ni somos enemigos de la iniciativa privada. Pero, ¿por qué no una empresa mixta, en la que el Ayuntamiento conserve la mayoría de la participación y se posibilite la aportación de firmas privadas, especializadas a poder ser, que garanticen, para determinados fines, la profesionalidad de los servicios que presten? Pero, ¿por qué no?
     No sabemos si habrá respuesta en esta ocasión. Echan la culpa a normativas estatales pero que no lo esgriman como argumento porque suena a percha de la que fácilmente colgarse. Si antes de estas leyes, ya querían, es fácil colegir que los soportes legales dieron alas. Mejor sería reconocer haberse desentendido del complejo en cuanto a su gestión se refiere, no cuidarlo, dejarlo fenecer lentamente, propiciando de paso vicios y falencias, desidias e incumplimientos. Dejaron de pulir la ‘joya de la corona’. Esto es, sencillamente, lo que ha ocurrido. Y ahora se quiere que vengan otros a aprovecharse: parece que estamos oyendo el debate que aún no se ha iniciado: que si el pliego, que si el cánon, que si unidades de explotación, que si los trabajadores, que si la inversión se eleva, que hay que dejárselo a tal marca, que hay que poner más atracciones… O sea, el bla, bla, bla de casi siempre en la ciudad donde antes había debate y ahora parece que la anestesia predomina. O lo que es igual: indolencia e indiferencia.
     Lo peor es que si se consuma, ya no queda nada que privatizar. O ya nada será enteramente de los portuenses.

    

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