lunes, 27 de enero de 2014

UN PECADO DE DESARROLLISMO

Fue el símbolo del desarrollismo portuense por antonomasia. Un rascacielos. Construido en los años sesenta y ubicado en un punto estratégico del municipio, justo en uno de los accesos principales. A todo el mundo le parecía una desmesura pero lo cierto es que la fiebre turística subía progresivamente y nada parecía detener aquel afán edificatorio para ponerlo al servicio de la entonces denominada industria sin chimeneas. Era la expresión del poderío de entonces. El Puerto de la Cruz iba reafirmando una transformación considerable en el marco de su indeclinable vocación turística.


El rascacielos de la Punta de la carretera, el Belair, fue hotel en un complejo llamativo y modernista, con otros bloques para alojamiento de menor altura, piscina con amplio solario y una espaciosa zona verde en la que convivían pavos y otras aves. Su contemplación desde el borde de la carretera del Botánico y desde lo alto de la calle Las Damas se convirtió en un ejercicio común. El espacio lúdico de la azotea se convirtió en uno de los más frecuentados de aquel Puerto Cruz la nuit de intensa y frenética actividad que envolvió a media isla y trascendió las fronteras. Una de las diversiones de entonces, ligues aparte, fue arrojar vasos, llenos o vacíos, desde tamaña altura, veintitrés pisos.



Con el paso del tiempo, la explotación del hotel dejó de ser productiva, razón por la que surgieron conflictos de propiedad. Aun llegada la democracia, en el Ayuntamiento afrontaron algún supuesto de especulación. Dos o tres cadenas asumieron la gestión del establecimiento, donde también se curtieron buenos profesionales. Pero fue de los primeros en cerrar sus puertas como tal. Hasta que se reconvirtió en una comunidad de bienes. Las habitaciones dejaron paso a apartamentos, algunos adquiridos por ciudadanos portuenses. Pero la alargada figura del Belair, remozado en los años noventa, seguía dominando muy buena parte de la ciudad. Menos mal que se optó por esa solución residencial y esa rehabilitación pues si no, a estas alturas, sería la más gráfica expresión de la decadencia, un ícono de barro, un mastodonte abandonado. Aún así, el edificio ha sido capaz de agitar ánimos e impresiones en las redes sociales. Se ve que sigue sin dejar indiferente a nadie. Es llamativo que se multipliquen las opiniones proclives al derribo. Como si fuera un chiste fácil. Se quejan muchos, y no les falta razón, de la edificación que constituye un impacto y resulta poco estética. Otros muestran su desolación al contemplar aquellas atractivas zonas ajardinadas, hoy visiblemente abandonadas.



Lo cierto es que el Belair de los pecados del desarrollismo, cuando no había instrumentos de planeamiento ni nociones de disciplina urbanística ni controles de fiscalización, emergió y todavía exhibe su perfil gigantesco como señal de grandeza o esplendor de otra época. Hoy, lo más probable, no hubiera sido construido. Aunque viendo los pecados de modernidad y aprovechamiento urbanístico, cualquiera sabe.



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