lunes, 24 de febrero de 2014

AGONÍA DE LA UPM

Agonía de la Universidad Popular Municipal ‘Francisco Afonso’ del Puerto de la Cruz. Lenta y fatídica agonía que se alarga en silencio, con olor a indolencia y sin protestas ni lamentos. E igual los llantos, si los hay, son sin lágrimas. La UPM no tiene quien la socorra.
         Ya se han producido los primeros despidos de monitores o profesores. Y el cuadro subsiguiente es desgarrador: ni una mísera nota de prensa ni una escueta manifestación en defensa de los puestos de trabajo. Puede que ni un agradecimiento por los servicios prestados. Hasta parece cercenado el derecho al pataleo. Por lo que cabe preguntarse: ¿dónde la reivindicación, dónde la solidaridad? Ni los herederos de los promotores hacen una declaración postrera, siquiera de lamento. A los ejecutores, más o menos encantados, casi no hace falta asirse al clavo de medidas restrictivas sustanciadas en normativas que conducen a un cada vez más visible deseo de querer acabar con todo: pasan de rositas.
         Y en medio del proceso agónico, es llamativo -podría escribirse que hasta normal- que no haya una escueta información sobre si se suspenden clases o si es factible la restitución de los derechos de inscripción en cursos o materias que no van a tener continuación. Resulta una falta de consideración hacia los usuarios y hacia el profesorado mismo.
         La UPM portuense parece condenada a su desaparición. Desde hace algún tiempo hemos mostrado nuestro pesimismo. La habían puesto proa al marisco. Y a pesar de los llamamientos y de esporádicas reuniones que no fueron más que un parche a la desidia extendida para justificar algo ante la opinión pública, el rumbo ya era invariable.
         Y así sufrirá la ciudad otra pérdida, una más en esa colección de iniciativas y realizaciones que han ido nutriendo su historia para terminar agotándose. Miren que es costosa la continuidad en el Puerto de la Cruz, principalmente de todo aquello que tenga que ver con la cultura, la formación y la participación social. La UPM, que nació precisamente cuando se amasaban las ilusiones democráticas, surgió con vocación de impulsar el conocimiento, de complementar la formación reglada, de abordar campos del saber y de la cultura que forjaran generaciones de portuenses y los capacitasen para acometer el momento histórico que se vivía. A principios de los ochenta, la ciudad necesitaba de un impulso. Y así surgían grupos musicales y teatrales. Y se experimentaba con cursos y materias que hasta podrían reconducir una vocación o un medio de vida. Ese edificio de la calle Mazaroco, con sus aulas, estancias y talleres, llegó a efervescer, con un ambiente educativo o académico que merecía ser cultivado. Hoy, el silencio y la quietud que predominan son la certificación de una lenta y silenciosa agonía, el escenario de la desmoralización. Y sin objeciones, como aguardando la expresión que nunca hubiéramos querido escribir: el último, que apague la luz.


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