Viene haciendo el sector
turístico portuense un notable esfuerzo con tal de lograr un destino
competitivo. Vivió de las rentas durante muchos años, creyó que su oferta y sus
encantos eran inagotables; en definitiva, se acomodó tanto que cuando se vino a
dar cuenta de las potencialidades del sur y de otras zonas, ya era tarde. Menos
mal que ha subsistido a base de una marca consolidada en el mercado y de los
empeños de la administración pública que ensayó varias fórmulas de promoción
con desigual suerte. Pero no entendió
que había un modelo agotado, que era preciso innovarlo y que eso solo era
posible con una concurrencia activa en iniciativas y actuaciones. Fue demasiado
tiempo viviendo de las rentas y hasta de una larga travesía en indolencias e
inmovilismos.
Por eso,
insistimos tanto en que el Consorcio de Rehabilitación Turística era el último
tren al que la ciudad debía subirse para revitalizar su condición de destino
turístico. Con una oferta alojativa menguante y con una pérdida considerable de
puestos de trabajo, el Puerto de la Cruz dependía de sí mismo para intentar
remontar. Ahora, favorecido por las coyunturas de mercado ha de esmerarse. El
Consorcio lo ha venido intentando: nadie puede discutirlo. Hasta resulta
positivo, miren por dónde, que la parte política haya tenido una actitud tibia,
con un seguimiento de bajo volumen que ha impedido controversias tan dañinas en
la materia, cuando no se razona. Pero no hay que engañarse: aunque resulte difícil
promover, coordinar y ejecutar, por la propia estructura administrativa, por la
conjunción de niveles administrativos a la que tampoco favorece la diversidad
política, es primordial que haya sensibilidad y dedicación de quienes tienen
responsabilidades públicas.
El
Consorcio tiene que afrontar algunas papeletas internas de no fácil solución y
sortear dificultades derivadas de estancamiento funcional. Es cuestión de no
ver interrumpidas las gestiones en marcha, principalmente las encaminadas a
proyectar y desarrollar algunas actuaciones que precisan de garantías de
financiación para culminarlas felizmente. Alguna, como la estación de guaguas, exige concentrar energías e
impulsarlas, una vez contrastada la demanda social y la necesidad perentoria de
una digna puerta de salida y entrada a la ciudad.
De ahí que
el acuerdo alcanzado en la pasada edición de FITUR para convertir la ciudad en
un destino SICTED, esto es, disponer de un sistema que favorezca la experiencia
y la satisfacción del cliente para mejorar la oferta y la gestión que aguardan
los turistas, parezca positivo. Sobre todo, si con ello se logra identificar y
extender el concepto de mantenimiento, una palabra clave en una ciudad de servicios
que, por desgracia, apenas se ha cultivado en algunos campos. Y los tiempos,
como se sabe, no están para que las pocas inversiones que se hagan, a los pocos
meses haya que repararlas o completarlas. Los empresarios que han decidido
incorporarse confirman que el interés existe y que iniciativas tales, de tener
continuidad, servirán para hacer un destino diferenciado. Factores y cualidades
hay. Los afectados, si es que son conscientes de lo que se juegan, deberán
echar el resto.
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