Cincuenta años dan para
mucho. Son los que ha cumplido Televisión Española en Canarias. Aún recordamos
aquellos comienzos, cuando todavía sin aparato en casa, eran seguidos desde
algún comercio cercano: las primeras informaciones, las primeras transmisiones,
los primeros programas… La televisión, aún en una oferta muy limitada, única
prácticamente, abría las ventanas del mundo y de las islas.
Por
supuesto que hay licencia para la nostalgia pero cualquier balance pasa por el
papel del medio a la hora de vertebrar la sociedad canaria. Así como hemos
dicho que la contribución de Radio Nacional de España, Centro emisor del
Atlántico, ha sido decisiva, no siendo menor la televisiva, sí que ha sido más
cuestionada históricamente: no hay debate ni análisis ni impresión que resista
la inclinación de Televisión Española en Canarias hacia Gran Canaria. O hacia
Las Palmas, como se dice en lenguaje coloquial. Más cobertura, más espacio o
más tiempo para hechos noticiosos que tenían como escenario la otra orilla: esa
ha sido una queja muy extendida, en ocasiones puede que exagerada. Aunque en
nuestra particular opinión, siempre atribuimos buena parte de esa culpa -sin
personalizar- al propio centro de producción de Tenerife, entre dejaciones,
insensibilidad, omisiones y la carencia de una respuesta informativa más activa
o más dinámica.
En
realidad, buena parte de estos cincuenta años ha sido un juego de equilibrios,
de luchas permanentes para librar las peculiaridades territoriales, los
intereses políticos y las presiones que provenían del lado más insospechado.
Interiormente, el desgaste para algunos directores, jefes de informativos y
editores ha sido descomunal. Como que se entiende que no aguantaran.
Pero
gracias a los avances técnicos -la implementación del color fue un auténtico
acontecimiento- y a la profesionalidad general de Televisión Española en
Canarias fue posible conocer mejor las islas, simplemente. Una crónica de
cualquier corresponsal en cualquiera de las islas no capitalinas, basada muchas
veces en recursos que duraban una buena temporada; o la aparición de algún
grupo artístico de esas mismas islas en programas que, como Tenderete, universalizaban lo canario,
supimos qué había en esos territorios. La televisión los acercaba. El
costumbrismo, las inquietudes, los afanes institucionales, los personajes y los
sucesos iban, progresivamente, configurando una realidad social y económica que
los TeleCanarias y el resto de la
producción propia se encargaban de impulsar y consolidar.
La
Casa del Marino, la plazoleta de Milton, la calle La Marina y la avenida Buenos
Aires fueron sedes, en Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, de
los centros de producción de programas de Canarias de TVE. Hasta la moderna
instalación de nuestros días, en la avenida Escaleritas de la capital
grancanaria.
(En
los estudios de la santacrucera calle La Marina, por cierto, hicimos nuestros
primeros pinitos televisivos, aun en blanco y negro. Durante dos veranos
consecutivos, finales de los setenta, sustituimos a los compañeros de deportes:
Calabuig, Díaz Cutillas, Paco Álvarez… Fue una experiencia inolvidable, muy
autodidacta: la pretemporada de la Unión Deportiva, entonces en Primera
división; los torneos veraniegos; las aspiraciones de autonomía de la lucha
canaria; el mundo de la vela latina; los cinturones ciclistas en las islas…
Entonces, comprendimos el valor de una frase común: “Te vi por la ‘tele’).
Cincuenta
años dan para mucho, vaya que sí. Blanco y negro, las 625 líneas, el color,
‘adelante telecine’ y ‘envíalo por teleproceso’, unidades móviles, enlaces, vía
satélite, transmisiones… Se acumulan tantos hechos y tantos métodos de trabajo
como rostros que se hicieron familiares: Carlos Pablo, Luis Zárate, Adela
Cantalapiedra, Rosi Jorge, María del Carmen Alemán -con la que presentamos
algunos festivales artísticos-, José Antonio Pardellas, MariCarmen Iza, Luis
Ortega, Armando Marcos, Paco Montes de Oca, Pepe Martín Ramos, José Manuel
Pitti, Cristina García Ramos… Perdón por las omisiones, totalmente
involuntarias. Excelentes profesionales, por cierto, han quedado registrados
los directores que se esmeraron en hacer un producto televisivo digno.
Medio
siglo, en fin, de poner imagen a la convivencia y al desarrollo de los
canarios. Y de trasladarla al exterior. Ahora que las restricciones y las
dificultades condicionan también planes de futuro, que al menos la celebración
de las bodas de oro sirva para dimensionar la aportación del sello televisivo
al archipiélago primero y a la comunidad canaria.
Por
cierto, un logro de estos cincuenta años: jamás hubo ‘telebasura’.
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