Es tontería a estas
alturas pedir a determinados representantes del Partido Popular (PP) que, en
ciertas situaciones controvertidas, antes de emitir la opinión que les piden,
deberían contenerse, o sea, no decir nada, o afinar muy bien la respuesta, aunque
al final se aproxime a las coordenadas de la obviedad aplastante. Llevamos una
legislatura en la que abundan exabruptos, absurdos, dicterios o manifestaciones
plagadas de elementos reprobables. Es como una extraña propensión a complicar
las situaciones, a enredarlas: echan más pimienta al pote y lejos de atemperar
o disminuir la tensión, lo que producen es un efecto completamente contrario.
Es lo que ha ocurrido con Javier Imbroda, el presidente de la
ciudad autónoma de Melilla, quien, en plena incertidumbre derivada de los
intentos de centenares de africanos de salvar la valla fronteriza y en plena
polémica por los sucesos de Ceuta, no tiene mejor ocurrencia que aludir a un
comité de azafatas de bienvenida (sic), si los cuerpos de seguridad del Estado
van a verse constreñidos en su actuación.
Imbroda debe ser consciente de lo que significa el fenómeno de
la inmigración irregular, convertido en tragedia humana por un cúmulo de
circunstancias que aconseja actuar con delicadeza a sabiendas de que no es
fácil la solución en la que debe implicarse una estructura global como puede
ser la Unión Europea. Los crudos testimonios y las imágenes desgarradoras
deberían inspirar manifestaciones consecuentes y no gracietas o absurdos como
ese de las azafatas que ponen de relieve hasta la insensibilidad de quien
declara.
La infortunada manifestación del presidente melillense deja a su
propio partido en posición reprochable a la hora de plantear si dispone de
políticas de inmigración o de prevención. Es más, seguro que correligionarios y
simpatizantes estarán sin salir de su asombro cuando se intenta despachar una
cuestión de esta naturaleza. Es que hasta las propias profesionales, las
azafatas, deben sentirse molestas, caramba.
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