Era nonagenario Ángel Acosta Martín,
‘Jalo’, artista, escultor, autor de la talla de la muy venerada imagen de la
Virgen del Carmen del Puerto de la Cruz e hijo predilecto de este municipio,
fallecido en la madrugada del lunes. Ya había cubierto todas las etapas de la
vida, aunque se resistía a dejar inacabado alguno de los encargos que le habían
hecho y en los que se esmeraba, un poquito cada día. Cada visión, cada mirada,
cada toque, cada retoque, cada sutileza… Las mejores manos que podían tallar a
la Virgen. Quienes le conozcan, o le hayan tratado siquiera ligeramente, saben
de su bonhomía, de su seriedad y de su compromiso. Un compromiso, sobre todo,
con su familia y con el arte. Esposo y padre ejemplar, entregado en cuerpo y
alma, capaz de sobreponerse a las adversidades del destino. Ángel supo sufrir
en silencio, como lo hacen los grandes hombres, sobrellevando las tribulaciones
con entereza y espíritu de superación.
Afincado desde joven en Tortosa
(Tarragona), allí trabajó sin desmayo en un taller que conoció de sus desvelos
que fueron ponderados para que el consistorio le nombrase Hijo Adoptivo de la
localidad. Una buena parte de su existencia se quedó allí, donde hizo la talla
de la Virgen, la que miran todos, chicos y grandes, hombres y mujeres, cada
martes de la embarcación de julio para establecer un diálogo sin igual, a
menudo impregnado de lágrimas, de besos volados y hasta de expresiones
ininteligibles. Es el lenguaje de ese día, inspirado por la bondad de aquellos
ojos o por el esbozo de una sonrisa que la hace aún más llamativa. Es una
peculiar manifestación fervorosa que esperaba, también en sus adentros, no sea
desvirtuada con sucedáneos ni imitaciones inapropiadas.
Pudo acabar la que será su última obra
escultórica: el angelito borlonero para el Cristo de la Humildad y Paciencia
del Puerto. Su condición física le impidió hacerlo en madera y por eso esculpió
en bronce. El artista no descansó, terminó de policromarlo en su taller para
que llegara a tiempo de procesionar al lado de la singular imagen. Al mismo
tiempo, seguía trabajando en
los frescos de su parroquia, pues era otro encargo que deseaba completar.
Ángel Acosta Martín forjó con éxito el
mundo artístico que escogió, tan llano, tan metódico, tan creativo. Cada
conversación, cada nombrete es un chorro abierto de recuerdos y nostalgias. Su Puerto,
su Virgen, su gente: siempre evocaba el recorrido procesional por las calles de
la ciudad, cuando regresó para recoger la predilección institucional que no era
otra cosa sino un acto de justicia, de gratitud y de reconocimiento social.
Aquella tarde/noche, por el mar y por las
vías portuenses, transitaban la talla de la Virgen del Carmen y su autor, en
una conjunción irrepetible. Se ganó con todo merecimiento un lugar de honor en
la historia de la ciudad. Será eternamente recordado.
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