viernes, 10 de abril de 2015

VARAS DE MEDIR

En cierta ocasión, en el curso de un espacio televisivo local, el periodista conductor del programa criticaba que algunos alcaldes del PSOE, temerosos del voto de castigo que podía intuirse, afrontaban la precampaña y sus acciones de promoción suprimiendo los logotipos y hasta los mensajes o eslóganes del partido. Refutamos que, en absoluto, eso obedeciera a una acción premeditada y coordinada, aunque era comprensible que algunos alcaldes que iban a la reelección por tercera o cuarta vez tratasen de aprovechar al máximo su tirón personal, su popularidad y su marca individual, en definitiva. Añadíamos que, en todo caso, había ciertas fisuras de insolidaridad y de egoísmo en esa libre determinación para defender intereses políticos. No era el estilo del PSOE en campañas electorales, caracterizadas siempre por la unidad de imagen.
        Eran los tiempos de la crisis que había estallado y de la que hicieron culpable, sorprendentemente, injustamente, a José Luis Rodríguez Zapatero. Para ahondar en ese mensaje de culpabilidad, hicieron ver que los candidatos iban por libre, se desmarcaban, de modo que ponían en evidencia la quiebra y la fragilidad de las aspiraciones socialistas. No era difícil que el mensaje calara.
        Ahora se repite la historia, solo que con algunas candidaturas del Partido Popular como protagonistas y seguidores de la iniciativa. Hasta dónde habrá llegado la tentación que el mismísimo Mariano Rajoy reivindicó las siglas y apeló al valor de la marca para arengar a los cargos de un órgano que no se reunía desde hace dos años y que fueron llamados para recibir inyecciones de moralina tras el grave retroceso de las elecciones en Andalucía. Todo por el PP, todo con el PP. Todo… o ya saben lo que les espera.
        Otro asunto de cartelería, anuncios y fachada, aunque sea volviendo a la etapa de Rodríguez Zapatero. Entre las medidas de choque para afrontar y paliar la crisis, el ejecutivo ideó el denominado Plan ‘E’ con el propósito de fomentar la inversión pública, ayudar a las empresas e impedir el colapso económico-financiero de los ayuntamientos. Estaba suficientemente dotado y, desde luego, salvó la gestión de  muchos consistorios. La instalación de unos carteles explicativos en el exterior de las actuaciones, orientados al conocimiento de la ciudadanía, fue notablemente criticada. Se admite que, en unos cuantos casos, podían parecer excesivos o altisonantes -por tamaño o dimensiones- al no corresponderse con el carácter de la obra. Pero era una forma de identificar la magnitud o el alcance del Plan.
        Hasta ahora no se han escuchado ni leído críticas similares con la colocación de carteles por parte del Cabildo Insular y las instituciones locales que han elaborado planes para el tratamiento y mejora de núcleos turísticos, esgrimiendo acciones favorables a la creación de empleo. Algunos lucen ya en zonas céntricas, no importa que taponen zonas ajardinadas o monumentales. Porque sus dimensiones también son generosas. Los han instalado en vísperas electorales y ahí permanecerán meses, quién sabe si años, a la espera de que las obras proyectadas se ejecuten y puedan ser inauguradas.

        Pero, bueno, tampoco hay que extrañarse demasiado: la democracia es permeable a todas estas cosas. Y a las diferentes varas de medir, también.

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